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Luego de la fundación de la Villa de San Bonifacio de Las Lanzas el 14 de octubre de 1550 por el capitán Andrés López de Galarza, la ciudad se construyó desde lo que hoy se conoce como la calle Sexta hasta la calle 15 y entre las carreras Primera y Cuarta.
Sobre este plano se edificó la Catedral, el convento Santo Domingo y tres ermitas con las que los colonizadores buscaban convertir al cristianismo a los indígenas Pijaos que gobernaban gran parte de Ibagué y el Tolima.
Estas ermitas, para infortunio de la historia ibaguereña, no fueron plasmadas en pinturas para conocer cómo era su arquitectura, paredes que tuvieron que ser en adobe. De la que sí se tiene un grabado, es del complejo Santo Domingo, realizado en 1859 por Edouard André.
Según el historiador y arquitecto Andrés Francel, en Ibagué, durante el periodo colonial, existieron varias iglesias pequeñas denominadas ermitas, una de ellas fue La Soledad, ubicada en la calle Sexta con carrera Segunda, al frente donde termina la subida conocida como ‘La Gogó’.
“El propósito de estas ermitas era cristianizar a la población indígena que no vivía en la ciudad, incluso, hasta mediados del siglo XVIII fue necesario sacar varios edictos que obligaban a las personas a poblar la ciudad.
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“La ermita La Soledad podemos imaginarla a partir de las ruinas que tenemos actualmente, como dos muros laterales, con una cubierta muy sencilla a dos aguas y una reja en la parte frontal, con el fin de tener cierto control en las liturgias y enseguida una pequeña habitación para el sacerdote”.
Esta ermita, con gran afluencia del Cañón del Combeima y de la parte baja donde hoy existe el barrio Libertador, se encargaba de cristianizar a los indígenas y según la historiadora Ángela Inés Guzmán en Ibagué se fundó el pueblo del Espíritu Santo del Combeima.
“De este poblado, ubicado en la parte inferior entre el Libertador y Combeima, estaba la mano de obra indígena disponible para la reconstrucción de la ciudad, ya que en la plaza mayor, hoy Plaza Bolívar, estaba la Ibagué colonial, la ciudad blanca, que posteriormente se transforma en la ‘Ciudad Indiana’ como la denomina José Luis Romero”.
La destrucción
En 1606 cuando se vive la última gran invasión Pijao, o el reclamo Pijao, por su tierra invadida por los españoles, incendian esas ermitas. Este ataque fue comandado por el famoso cacique Calarcá. La ciudad tuvo que reconstruirse y luego ocurrieron los terremotos que destruyeron parte de la ciudad.
“Esta ermita nos muestra parte de ese dispositivo religioso hispánico para transformar a la sociedad indígena e integrarla en su concepto de desarrollo y nuevo mundo; una ciudad con una retícula muy clara con unos principios de sometimiento al rey y a la religión católica”, indicó Andrés Francel.
Aledaña a La Soledad, existió la ermita Santa Lucia, desde esta se generaba el proceso de adoctrinamiento religioso para quienes tomaban la vía que hoy conduce a la vereda La Coqueta; estaba ubicada sobre la carrera Tercera con calle Séptima.
Santo Domingo
En la plaza secundaria, hoy Parque Murillo Toro y donde en la actualidad se levanta el Banco de la República, existió hasta 1822 la plazuela Santo Domingo, que pasó a llamarse plazuela San Simón. El convento fue demolido para construir el colegio San Simón. En 1957 lo tumban para erigir el Banco de la República.
Este complejo religioso contaba con características coloniales arquitectónicas y urbanísticas. Estaba conformado por el convento, la capilla y la plazuela, un campanario con cúpula y la cruz.
El Humilladero
El camino Real que conducía a Honda en el siglo XVI iniciaba desde la plaza mayor, y luego de llegar a la calle 10 con carrera Cuarta, descendía por esta avenida hasta la calle 15, en la mitad de las hoy carreras Cuarta y Quinta cruzaba la quebrada El Sillón y allí había estaba un puente.
En toda la esquina de la Quinta, que en el siglo XVIII pasó a ser el camino Real a Honda, existió la ermita El Humilladero, un sitio obligado de penitencia para quienes llegaban o salían de Ibagué.
“Este lugar de reverencia (o humillación), en el que se agradecía por arribar o se rogaba por fortuna, puede imaginarse como una pequeña cima desde la cual se observa la depresión de la quebrada. El sentido inverso del camino, al subir hacia esta colina, los rostros se inclinan naturalmente y reverencian con naturalidad la cruz”, agregó Francel.
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