Si hay algo que me molesta es esa gente acelerada, que empieza a maldecir ‘a diestra y siniestra’ y que atropella a todo aquel que se encuentra en el camino con groserías, actos soberbios y demás actitudes agresivas.
Lo más grave es que esa fea forma de ser es una ‘epidemia’ de nuestros tiempos.
No entiendo por qué ahora muchos les responden a los demás con gritos, reclamos y amenazas. Todo es problema y ante la más mínima contrariedad vociferan.
La verdad es muy incómodo vivir, trabajar o estar en medio de seres tan fastidiosos. Lo peor es que el mal genio de algunos termina contagiándonos a todos.
Se volvió costumbre responder con una piedra en la mano. Hay gente que ni siquiera permite que alguien la salude; y hay otros que no esperan a que uno termine de decirles algo cuando ya están diciendo: “... No, no y no”.
Vivimos bajo presiones absurdas: Hacer cola en el banco, ir al estadio, esperar el autobús o simplemente atender en la oficina son tontos ‘detonantes’ que encienden la chispa.
Por alguna extraña razón nos hemos vuelto susceptibles. Algunos creen que es la falta de plata, otros hablan de las singulares formas de ser y no faltan los que sencillamente no se aguantan ni a ellos mismos y reaccionan así ‘porque se les da la gana’.
Eso de estallar por todo los hace ver demasiado neuróticos y, en últimas, desnuda una incapacidad para tolerar o para resolver problemas.
En los centros de conciliación se cuentan por docenas los casos de personas que entablan demandas por simples situaciones de inmadurez o de rabia.
En las empresas los empleados, pasando desde el jefe hasta el más sencillo mensajero, se caracterizan por vivir todo el tiempo con irritabilidad y multiplicando sus duras expresiones.
¡Mucho cuidado!
Vivir iracundos y sin control alguno no solo es un desgaste emocional nocivo, sino que además aumenta el riesgo de sufrir problemas de salud.
La rabia genera dolores musculares y jaquecas. Se acelera la respiración y provoca que el corazón bombee con más intensidad. Dicho de otra manera, les puede dar un infarto fulminante.
Ojo: todos esos estallidos emocionales se dan porque a veces es más fácil vociferar que reflexionar.
Así las cosas, ante los problemas los soberbios critican y reniegan de la vida antes que solucionar tales vicisitudes.
Yo quisiera emprender, desde esta página, una cruzada para combatir esa amargura que muchos llevan a cuestas.
No podemos permitir que sean la desazón y la inconformidad las que terminen apoderándose de la cotidianidad.
¡Más tolerancia, por favor!
Las cosas se deben ver con un tono más conciliador. Cuando las cosas no les salgan como esperan, conserven la calma y aprendan a asumir lo que les ocurra.
Esas explosiones de ira porque el bus se demora, porque alguien no sale rápido del cajero o porque alguien no le resuelve algún asunto se deben desterrar.
Ese comportamiento neurótico y catastrófico hace más daño de lo que imaginan. No se trata solo de afectar la salud, sino que además hace que nuestro entorno también reaccione de manera negativa.
Por eso es que hay tantos grupos laborales conflictivos que nos perturban y que, al final, arruinan corazones.
No generen más reacciones de agresiones ni hostilidades...
¡No más resentimientos!
Puede ser normal que nos sintamos frustrados cuando las cosas no sucedan como las soñamos, pero es anormal convertir esa frustración en la ‘tercera guerra mundial’.
Los antídotos para este virus, que pulula en la sociedad, son: la tolerancia, el respeto, la sana convivencia, la comprensión y, sobre todo, el decoro.
Hay que tomarse un tiempo prudencial para responder ante un reclamo.
De igual forma, es clave repetir frases positivas que ayuden a cambiar el insulto por un gesto amable.
Un último consejo: Aprendan a identificar lo que los enoja para prevenir los episodios de rabia y reaccionar de mejor forma al enfrentar una situación adversa en el futuro.
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