La abuela ibaguereña que se escondió en cuevas, bañó muertos y sacó adelante a siete hijos

Crédito: Suministradas Adulta mayor de Ibagué dialogó con Q'hubo.
Una de las experiencias que nadie debería perderse es la de hablar con los ancianos sobre hechos del pasado. En esta oportunidad, una adulta mayor de Ibagué compartió con Q'hubo algunos aspectos de la llamada 'época de la violencia' que la impactaron directamente y otros sucesos que marcaron su vida.
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A pesar de su edad, la señora, a quien identificaremos con sus iniciales G.M., guarda aún en su memoria algunos episodios fuertes de su niñez y de su edad adulta. 

Según G.M., uno de los sucesos que más recuerda se remonta al año 1948, cuando ella apenas tenía 5 años. Para ella, luego del 9 de abril de ese año, comenzó una pesadilla interminable. Con el asesinato del líder político liberal Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá, a manos de Juan Roa Sierra, no solo se desataron desmanes y protestas en la capital, sino que el país entero entró en una época de matanza entre liberales y conservadores que destruyó familias completas por diferencias ideológicas.

G.M. recuerda que la zozobra era inminente. El repudio entre los azules hacia los rojos, y viceversa, determinaba quién era enemigo de quién, incluso sin conocerse. Mientras se desarrollaba 'El Bogotazo', en la ciudad de Ibagué, específicamente en el corregimiento de Juntas, ella y su familia, al igual que muchos campesinos del país, comenzaron a verse afectados por la falta de alimentos.

Los disturbios y la guerra misma habían ocasionado que las pocas tiendas cercanas quedaran completamente desabastecidas. Con el hambre apremiando, su madre se las ingeniaba para conseguir algo que llevar a la mesa. "Había un señor de la finca El Palmar que tenía recursos, y él tenía la costumbre de comprar la comida por bultos. Él llevaba a su finca arroz, azúcar, harina y compartía un poco con las personas más cercanas", cuenta G.M.

También recuerda que uno de los granos que más consumió durante esa época fue un frijol silvestre que crecía en las orillas de las quebradas. "Le llamábamos Todoelaño o Todalavida, porque siempre había. Era verde y el grano era amarillo", añade.

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A raíz de las intimidaciones y el peligro que acechaba "por culpa de la política", como ella lo señala, tuvo que irse junto a sus hermanos y su madre a esconderse en unas cuevas ubicadas frente a El Palmar, específicamente, en una finca llamada Las Marías. 'La chusma', un movimiento conformado por bandoleros, atemorizaba esta zona. Por ello, tuvieron que pasar varios días allí refugiados para salvaguardar sus vidas. Hasta aquí llega su memoria respecto a este tema.

 

Un salto a su adultez

G.M., ya con hijos y un hogar establecido, se radicó en Bitaco, Valle del Cauca, muy cerca de El Dovio. Recuerda que allí comenzó de cero. Ella y su esposo hicieron su propio "ranchito" en esterilla (guadua) y paroy. "Allá me tocó trabajar muy duro; me tocaba hacer arepas para vender, lavar ropas ajenas, trabajar en una granja, hacer envueltos, chicha, y cuidar mis marranos. Se movía la plata", relata.

En medio de sus labores en el hogar, la crianza de sus hijos y el trabajo, cumplía con otra labor muy importante y para muchos, "asquerosa". Por su gallardía, que se sumaba a su apariencia física de una mujer grande, de contextura gruesa, tosca y fuerte, era buscada por sus vecinos para que atendiera heridos o incluso para que bañara muertos.

"Un día, bajaron del Cañón de Las Garrapatas a un señor que recibió una machetada en medio de una pelea de borrachos. Tenía abierto el abdomen y nadie era capaz de subirle la camiseta, me tocó a mí. Se le veían los intestinos y la carne palpitaba", cuenta. Entre risas, reflexiona sobre la cobardía de los habitantes: "A todo el mundo le daba miedo, impresión, y me buscaban a mí".

En otra ocasión, bañó el cadáver del hijo de una amiga que la ayudó en sus partos. "Le pegaron un tiro en el pecho, y la tarea consistía en quitarle toda esa sangre a punta de cocadas de agua, un trapo y jabón. Eso lo hice en el piso de la sala. Luego se lo entregué al inspector para que lo montara en un jeep y se lo llevara. Lo subieron en un costal", relata.

También, casi al punto de escapársele, le llegó a su memoria la ocasión en que bañó otro muerto en Santa Isabel, Tolima, antes de irse para El Dovio. Allá a un joven le cortaron parte de la cabeza con un machete por llevarse una plata sin permiso de un jardín. En este municipio frío del Tolima, también ejerció esta labor de bañarlo e intentar dejarlo lo más presentable posible.

Después de veinte años, fruto de su trabajo en la venta de comidas en el Valle, logró comprarse una casa en la Capital Musical, donde vive acompañada de sus hijos, nietos y hasta bisnietos. Para finalizar, recalcó que tuvo que salir de allí porque Los Rastrojos, un grupo armado organizado narcoparamilitar, empezó a operar en esta zona con mucha frecuencia, lo que ponía en riesgo la seguridad de sus hijos y esposo. 

 

 

Credito
REDACCIÓN WEB

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