Decía en la primera parte que especialmente los “políticos” tolimenses se presentan frente a los ciudadanos como estrategas del futuro cuando en verdad solo reciclan el pasado para beneficio personal.
Decía atrás que el “progresismo tolimense” se convirtió en parodia o ficción, dictamen crudo pero obligado porque en el Tolima sigue imperando el prurito electoralista y aun no surge la legítima cultura política regionalista que pueda acogerse como nueva y común manera de ver, sentir y concebir el futuro, cultura que concite acuerdos de voluntades y nos una en un legítimo modelo de organización política para comenzar la transformación tolimense.
Continuando con la cuestión de la rancia mentalidad que impide superar el atraso tolimense y cómo tal arcaísmo contrasta con el notable talento tolimense, diría que la continuada fuga de ese talento demuestra que el Tolima fue invadido por una caduca manera de pensar que se caracteriza por ser hostil e irrespetuosa con la inteligencia raizal y por demás obsequiosa con las ideas ajenas y, por ello mismo, el mundillo político, intelectual y tecnócrata presume del saber por el saber, pero no del saber para hacer (para cambiar realidades).
Si es hipótesis válida que “la mentalidad es el mayor obstáculo para que el Tolima supere el atraso, tácita es entonces la urgencia de cambiar tal mentalidad y por ello es obligación que esa finalidad tenga capítulo especial en cada formulación de visiones, planes estratégicos y planes de desarrollo e igual, dada la premura de saber abierta y claramente en qué consiste la tan mentada anomalía de la mentalidad y cómo puede cambiarse, recurrente tendría que ser su análisis en la academia y en los debates políticos consecuentes. Porque es inadmisible que una creencia de tal calado se esquive o soslaye por quienes deben ocuparse de teorizar, diagnosticar, proponer y ejecutar las estrategias para el desarrollo tolimense, entonces ¿Por qué, en las periódicas ocasiones de examen sociopolítico, siempre se omiten juicios de valor sobre la alienada y trivial mentalidad que impide solucionar el endémico y progresivo atraso tolimense y se redunda en elogios (y autoelogios) a quienes destilan esa mentalidad?
Si fuera poca cosa y no el futuro mismo de las nuevas generaciones, no insistiría en una tesis o convicción que a pocos interesará y nadie negará u objetará. Esta tesis, explícita o implícita en mis escritos, acusa a la inteligencia tolimense de negarse a encarar la disyuntiva atraso o progreso, porque su voluntad fue doblegada por un síndrome egocéntrico que la transformó en mesiánica y por ello reacia al diálogo y al acuerdo. Esta tesis se sustenta en que si la razón y la voluntad tolimense hubiesen encarado tal dilema, hoy los ríos no estarían muriendo; la economía inclusiva generaría ocupación y empleo; la corrupción no se habría desmadrado; la identidad tolimensista nos uniría; la movilidad no iría hacia el caos total; primaria la razón y no el populismo ramplón; los servicios públicos serian eficientes; convivencia y calidad de vida serian atributos ejemplares; la lucha por el cambio sería apoyada y nunca hostigada por mentes retrógradas; el Tolima sería una de las regiones progresistas del mundo.
Juzgando por la forma como hoy y desde tiempo atrás se encaran los crecientes problemas que nos agobian, será imposible que el progreso y la calidad de vida puedan asomar siquiera al Tolima.
Por estar casi sellado el concubinato entre venalidad y estulticia, el Tolima, así parece, podría sufrir su atraso de por vida y solo queda leve esperanza para evitarlo. Por su inclemencia el atraso tolimense es innegable, pero igual parece imposible un acuerdo para superarlo y por ello debemos saber de dónde, cómo y cuándo emergió ese conservadurismo retrógrado que ve en el progresismo al mismísimo diablo.
Porque debe ser historia conocida por ibaguereños y tolimenses en general, recordaré que, el 2 de mayo del 2013, la Comisión de Hermanamiento de Vitoria-Gasteiz, ciudad capital de la Comunidad Autónoma del País Vasco, España, expresó opinión favorable a la solicitud de hermanamiento hecha por Ibagué, ciudades geopolíticamente distintas, Vitoria con 276 km2 y unos 250 mil habitantes e Ibagué con 1.400 km2 y, tal vez, 600 mil habitantes y, claro está, vasta diferencia en su nivel de desarrollo y calidad de vida. Este hermanamiento, aún vigente y sin duda poco conocido por la opinión pública ibaguereña, entraña una génesis de carácter sociológico que podría aleccionar la formulación de una correcta prospectiva tolimense y de ahí mi breve pero franco recordéis de aquel suceso, no entendido o subvalorado por quienes tienen, pero incumplen, el deber de guiar la construcción de mejor destino para el Tolima.