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Desde sus orígenes en el medioevo europeo, las universidades gozaron de cierto nivel de autonomía, incluso cuando dependían fuertemente del poder de la iglesia o del monarca de turno. Cuando surge la universidad de investigación a finales del siglo XIX en Berlín, se clarifica su misión en términos del cultivo de la verdad. Para ello desarrolla una especie de “gen disidente”, como lo llama Ricardo Rivero, rector de la Universidad de Salamanca, una de las más antiguas de occidente fundada en 1134.
Este gen ha sido una de las características de su ADN que le permite mantener una cierta distancia de los intereses políticos y económicos de su entorno. En Colombia, la autonomía universitaria se estableció en la Ley 30 del 92 que aún regula la educación superior en el país.
Pero esta autonomía no significa que su papel se desarrolle de manera independiente del acontecer social, económico y político en el que opera. La universidad no debe ser ajena a su entorno, no debe convertirse en una torre de marfil. No solo debe acercarse al sector productivo para ayudar en los necesarios procesos de innovación y mejora de sus procesos, sino asegurar de que los jóvenes que forma desarrollen las competencias que se requieren en este momento y en el futuro cercano. La responsabilidad de las universidades no termina cuando entregan el diploma en la ceremonia de grado, sino cuando sus egresados reciben su primer salario. La empleabilidad debe ser una de las promesas exigibles a las buenas universidades.
La formación integral de los jóvenes va más allá de una formación en competencias profesionales, incluye una formación en ciudadanía, es decir, en el ejercicio responsable del ser ciudadano. No solo es necesario que conozcan los derechos que suelen resaltarse en nuestra garantista constitución, sino sobre todo sus deberes que, entre otros aspectos, incluye el de votar (así sea en blanco) para elegir a los gobernantes y representantes en el poder legislativo.
Según el Dane, la población joven en Colombia, entre los 18 y los 30 años, es cercana a los 8 millones, un número más que suficiente para decidir una elección. Pero elegir con criterio independiente, requiere de una formación política que les permita discernir entre discursos centrados en promesas inalcanzables y programas sustentados en sólidas posiciones ideológicas. Las ideologías bien concebidas le dan el sustento conceptual y ético a las decisiones que tomamos en momentos críticos de nuestra vida, no hay que desecharlas, hay que dejar de manosearlas y rescatar su esencia.
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