PUBLICIDAD
Al llegar acuerdan el siguiente procedimiento: cada uno, guiado por su amiga y usando su desarrollado sentido del tacto palpará por un par de minutos al animal, luego se reunirán y escucharán mutuamente su descripción a partir de la experiencia.
Al primero le correspondió palpar una enorme oreja, al segundo la trompa, el tercero tocó uno de los colmillos, el cuarto se entretuvo con el dorso, el quinto se agarró a una de sus patas y al sexto le correspondió la cola.
Cuando se reunieron unos minutos después, el primero afirmó que el elefante era como un gigante abanico de terciopelo, el segundo dijo que realmente era una enorme serpiente que se movía zigzagueante, el tercero afirmó que los anteriores se equivocaban completamente, pues el elefante en realidad era una lanza fuerte, rígida y muy afilada en su extremo; el cuarto, riéndose de sus predecesores, les hizo notar lo pobre que era su percepción, pues el elefante era como un muro fuerte, denso e impenetrable.
El quinto terció molesto afirmando que en realidad este enorme animal era como frondoso árbol cuyo redondo tronco era formidablemente poderoso, mientras que el último simplemente llamó mentirosos a sus amigos y concluyó lapidariamente diciendo que se sentía muy decepcionado, pues el elefante era tan solo como una delgada cuerda que, aunque un poco elástica, fácilmente podría romperse.
Esta antigua parábola de origen persa nos ayuda a entender el sinsentido de la explosión de candidatos a ser candidatos a la presidencia que estamos viviendo en los últimos meses. El elefante, por supuesto, representa al país y los ciegos a quienes aspiran a ser su presidente. En el afán por diferenciar su discurso y diferenciarse ante los electores cada uno presenta su visión fragmentada de país. Tal vez el origen de este galimatías sea la proliferación de movimientos políticos que propició la Constitución del 91 al querer terminar con la hegemonía del bipartidismo.
Treinta años después ciertamente se logró acabar con estos partidos, pero también se enterró la concepción de un partido político como institución democrática que se identifica con una ideología particular, es decir, con una manera propia, coherente y específica de entender el sentido de la vida en sociedad: sus normas, valores y significados. Un espacio en el que se identifican, a partir de estos principios, los principales problemas y retos del país y se construyen políticas y diseñan estrategias para resolverlos o disolverlos.
Era necesario romper la hegemonía bipartidista pero no acabar con la esencia de las organizaciones políticas que es ofrecer al elector alternativas distintas, desde perspectivas ideológicas diferentes, de posibles futuros de país. En su lugar, escuchamos múltiples propuestas que hacen evidente la ceguera cognitiva de estos ciegos contemporáneos.
Comentarios