No es sino observar los videos titulados como chistosos en las redes sociales y se constatará la lista de niños que se caen de los columpios, de las mesas o sillas; que se quedan dormidos y se echan la comida encima; que se resbalan en las piscinas; o los adultos que al bajarse de un vehículo sin fijarse caen a una alcantarilla sin tapa; o la gestante que por el peso de su bebé camina con dificultad y la comparan con animales o cosas por el estilo…
En una ocasión me solicitaron una consulta médica a domicilio. Al llegar me encontré un joven quien al manipularse las lesiones de su acné, se le inflamó de manera generosa el labio superior. Mi sorpresa fue grande cuando lo primero que quisieron hacer sus familiares fue tomarle fotos para poderse burlar más adelante de su desgracia temporal. Molesto los increpé por su actitud insolidaria y poco humana. No tiene sentido que ante una persona enferma y con los problemas que trae su padecimiento existan seres humanos riéndose del mal ajeno.
El cristianismo enseña el amor al prójimo, pero muchos lo interpretan primero burlarse y luego, si queda tiempo, ayudar. Esto tiene que ver con la debilidad con que asumimos el ejercicio de la ciudadanía y la ética del respeto. En la escuela, por ejemplo, con indiferencia de toda la comunidad educativa, ridiculizar es muy usual, hasta el punto que evitar el ridículo es lo más importante para cada estudiante, pasando por no ir al tablero, no hablar en público ni hacer parte de la clase y pasar lo más inadvertido que se pueda. Si estamos educando para no participar, ¿cómo exigimos al ciudadano adulto que participe?
La burla es una expresión de no respeto por el semejante. Una sociedad que no aprende a respetar al otro o la otra, es una sociedad que generará, tarde o temprano, comportamientos excluyentes que desembocarán en violencias. Aprender a respetar es el camino a recorrer para la construcción de una sociedad que conviva con los conflictos, que son inherentes a la vida en comunidad, pero que los sepa manejar de manera pacífica, sin violencias.
No hay que confundir la burla con la alegría. La gente puede divertirse, desbordarse en alegría, sin obtenerla a costa de los demás. Cientos de niños, hoy adultos, sufrieron en silencio las burlas de los demás, ya sea por sus apellidos, por su vestimenta, los peluqueados, los acentos, la fealdad o los defectos. Y muchos no han explorado si sus comportamientos hoscos y huraños, sus rabias y mal genio, sus timideces y retraimientos pudieran tener como causas las burlas en la infancia, nacidas en el barrio, en el aula, en los parches o con la misma familia.
La burla apaga y niega la solidaridad y la amistad. Si algo necesitamos en esta sociedad son ciudadanos integrales, solidarios, participativos, democráticos que no se burlen de nadie, pero sí construyan fuertes lazos de amistad, afecto y respeto, para consolidar una sociedad pacífica, incluyente que transite por los caminos del progreso económico y social.
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