Por televisión pasan un comercial en el que se ve a Cristiano Ronaldo saltar en medio de varios jugadores del equipo rival y parecería como si quedara por un instante suspendido en el aire, para golpear con su cabeza el balón, con una elegancia y precisión magistral y convertir un gol. Ni hablar de lo que hacen Messi, Isco, Neymar, Falcao, Bale o Chará.
Esa belleza le permitió convertirse en el espectáculo de las multitudes. Un espectáculo que genera pasiones. Y mucho dinero. Las organizaciones que manejan este deporte son muy poderosas. La Fifa tiene más países afiliados que la ONU. Las ganancias de algunos clubes son astronómicas. Y los aficionados se cuentan por millones. Dicen que la compra por parte del Real Madrid de Cristiano Ronaldo, la más cara del mundo hasta ahora, se pagó con creces con la sola venta de camisetas marcadas con su nombre en todo el mundo.
Existen estrategias muy bien estudiadas por parte de los grandes equipos para conquistar y fidelizar adeptos.
A la par de esta gran movilización social que produce el fútbol, existen otros intereses. Las mafias aprovechan para sacar dividendos. El microtráfico de drogas ilícitas se ha metido a fondo y aprovecha las montoneras y alebrestan las barras. Siembran odios, amores y rivalidades. Transforman hinchas en fanáticos.
Un fanático es un partidario exaltado e intolerante de una creencia. Para él o para ella, porque ahora ellas participan con igual energía y convicción, su equipo del alma es único, casi sagrado, los demás son caricaturas o remedos defectuosos.
La pasión del fútbol que empuja a vestirse de amarillo cuando juega la selección así sea para ver el partido por televisión, tiene un límite difuso y no muy claro cuando se pasa al fanatismo. Fanáticos enervados pueden producir destrozos y desvaríos. Son legendarias las turbas de los hooligans inundados de cervezas arrasando, cual plaga bíblica, con las ciudades donde jugaban los equipos ingleses. O las barras bravas argentinas o las torcidas brasileñas...
Nada justifica que hinchas de un equipo de fútbol sentencien a muerte a otros por el simple hecho de profesar amor por un equipo rival. Nada justifica matar a alguien porque le gusta un equipo diferente al de uno. Infortunadamente algunos medios de comunicación deportivos incendian los corazones y resultan azuzando las hogueras de las rencillas entre los fanáticos de los equipos.
Esta violencia a nadie beneficia. Espanta a los aficionados que otrora acompañaban con sus hijos y familiares a los conjuntos de sus amores. Los vecinos de los escenarios deportivos, que tenían negocios para aprovechar el flujo de hinchas, hoy sufren por los daños frecuentes que padecen sus establecimientos.
La pasión del fútbol no puede languidecer porque unos fanáticos desadaptados quieran desaparecer a los otros hinchas. Hay que hacer causa común para defender la pasión y erradicar la violencia. Hay que denunciar a los delincuentes para poder disfrutar del espectáculo en paz y vitorear a sus equipos.
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