En el mundo actual, corren tiempos despiadados con sensaciones de hostilidad por todos lados, con rivalidades marcadas y competencia sin tregua, con desconfianzas por doquier motivadas por la sensación de que todos juegan con cartas marcadas y con múltiples trampas al asecho, con gentes que viven aceleradas y con prisa. Un mundo donde cada persona siente que está obligada a cuidarse a sí mismo y donde sólo sonríen y dicen sí los funcionarios de las oficinas comerciales de los bancos, es un mundo donde crece la desesperanza y crece la necesidad de seguridad.
En casi todos los programas de gobierno de los mandatarios mundiales el tema de seguridad es central. En la ciudad ocurre algo similar. Las quejas de la ciudadanía pasan por exigir mayor protección de la policía, de la ley y la instauración permanente del orden. Esta petición de seguridad se extiende a querer mayores oportunidades reflejadas en más empleo, salud, recreación, educación, vivienda y reducción de pobreza, entre otros.
La seguridad implica una contradicción con la libertad. Estos dos valores no se concilian plenamente sin fricción. Una sociedad no es civilizada sin seguridad y sin libertad, pero no se puede tenerlas ambas en las cantidades que se consideran satisfactorias.
Ibagué necesita seguir avanzando en seguridad. Aunque han descendido, las cifras de hurtos a personas, domicilios, vehículos y motos son todavía altas. Problemas de desempleo y cobertura escolar siguen dando de qué hablar. Los muertos y heridos por accidentes de tránsito ocupan los primeros lugares en las preocupaciones de las autoridades de salud y tránsito. Las autoridades están en la obligación de buscar nuevas formas para mejorar la seguridad de los ciudadanos.
Pero la seguridad atenta contra la libertad. Para vivir tranquilos los ciudadanos deben cumplir las normas que han sido diseñadas para una vida segura. No cumplirlas daña la seguridad. No respetar un semáforo en rojo aumenta las posibilidades de accidentes, de producir heridos, muertes y daños materiales. Igual sucede con manejar ebrio, a altas velocidades o en contravía. No respetar las cebras pone en peligro la vida de los peatones. Si alguien parquea en la vía pública, obstaculiza la circulación y puede dificultar el paso presuroso de una ambulancia que lleva un paciente grave y que puede morir por el retraso.
En la ciudad, como no hay suficiente policía de tránsito y aprovechando los avances de la tecnología, se propuso el tema de las fotomultas con el fin de mejorar la seguridad de los ciudadanos. Apelando a la libertad muchos protestaron. Un taxista me expresó que con las fotomultas no podría pasarse semáforos en rojo o amarillo, marchar a altas velocidades ni parquearse en cualquier sitio a esperar posibles pasajeros. Como su patrón le exige una cuota diaria de producido, él se siente en libertad para infringir las normas de tránsito sin importar el riesgo que corren sus pasajeros, los demás conductores, los peatones y él mismo.
El aumento de las multas para los conductores borrachos redujo los accidentes. Las fotomultas reducirán los accidentes y ayudarán a educar a los conductores y ciudadanos mejorando la seguridad de la ciudad.
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