Hablar de inclusión debería ser un tema extraño en un sistema democrático porque se supone que es un proyecto político incluyente, que respeta minorías y busca el bien común. Sin embargo, nuestra democracia y nuestro sistema de vida no son incluyentes. Parecería que nos gusta la exclusión.
Nuestra sociedad se ha edificado desde la exclusión. Muestras de ella son los clubes sociales que gracias a las cuotas de afiliación imposibilitan que personas de bajos ingresos puedan codearse con los adinerados y poderosos. Sus entretenimientos también implican altos gastos para poder seleccionar solo a cierto tipo de personas. Una cancha de golf es costosa al igual que todos sus aditamentos.
Los colegios donde se educa la élite tienen mecanismos de exclusión. Más allá del elevado costo de las matrículas y pensiones, existen los bonos de afiliación. Están prohibidos, pero los piden de manera “voluntaria” para adjudicar sus cupos. Algunas universidades también obedecen a esta imagen de exclusión social. La manera como nos venden la sociedad de consumo va cargada de formas veladas de exclusión. Si quieres pertenecer al grupo de los poderosos tienes que aprender a vestirte como ellos, hablar como ellos, usar vehículos y celulares de la calidad de las que usan ellos, y hasta aprender a pensar y ser como ellos…
Esta exclusión deja por fuera a la mayoría de la población. A los excluidos se les vende la idea que el modo de vida de los que los excluyen es el que todos deberían merecer y anhelar. Lo grave es que muchos anhelan ese modo de vida y encuentran la vía del delito y del dinero fácil como la forma más expedita de abrir esta puerta exclusiva.
La política no se sale del formato. Solo los poderosos pueden acceder al poder. Si alguien no perteneciente al selecto grupo desea llegar al poder debe obtener su visto bueno antes que de las mayorías que votan y supuestamente escogen y eligen. Los medios de comunicación deberían expresar la voz de los que no tienen voz y no solo mostrar el punto de vista de los poderosos, esto no sucede. No es sino escuchar o ver quienes opinan en ellos y se constatará la exclusión y su sesgo hacia los poderosos, a favor de las élites.
La propuesta de dividir un departamento para que en uno vivan indígenas y en el otro mestizos tiene la esencia del pensamiento y comportamiento excluyente. La pobreza, la miseria y la discriminación que sufren blancos, negros, mestizos, indígenas, mulatos, hombres, mujeres y Lgbti, no se superan afinando la exclusión.
Si no hacemos conciencia de los comportamientos excluyentes y discriminatorios en que vivimos, solo intentaremos modular lo que de suyo es odioso, generador de violencias, envidias, resentimientos y rencores.
La paz no se construye sin una verdadera pedagogía de la inclusión, del respeto, de la participación abierta y masiva, de la convivencia con el otro y no a pesar del otro. En esto de incluir hay que trabajar de la mano con educadores, universidades, padres de familia, empresarios, políticos, iglesias, es decir, con todos.
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