La campaña política empezó a calentarse. Ya se ven por barrios, veredas y hasta en la ciclovía, grupos tratando de mostrar las ventajas y calidades de sus candidatos. Un tema recurrente me ha llamado la atención. Casi todos, unos más que otros, tratan de demostrar, a como dé lugar, que son muy honestos, transparentes y de manos limpias.
La honestidad es una cualidad humana que implica la relación de respeto entre un individuo cualquiera con los demás y consigo mismo. Ese respeto no se reduce a la simple cortesía, es ajustarse a la verdad y a la justicia en sus relaciones con el mundo, con los hechos y las personas. Ser honesto es ser sincero y coherente tanto en sus expresiones como en sus comportamientos; es actuar y vivir en la legalidad, es ser buena gente.
Es decir, toda persona que aspire a dirigir los destinos de una sociedad debe ser honesta, como parte de su responsabilidad moral con el conglomerado social. Es algo inherente a la persona. Sin embargo, para dirigir una comunidad no basta con la honestidad. Hay que saber dirigir. Hay que conocer a cabalidad los problemas y plantear soluciones. Estas deben ser costeables, ejecutables y ajustadas a nuestras realidades. Hay que poseer carácter, sabiduría y humildad para asumir las dificultades y contingencias del poder.
Por eso llama la atención que la bandera de algunos es que son honestos y transparentes… pero sin propuestas concretas, sin ideas que sean capaces de integrar las problemáticas y plasmarse en proyectos viables. Otros, quizá para camuflar sus incapacidades y falencias, exageran la dimensión de los problemas para decir que será muy difícil sacar a la ciudad del atolladero y que por eso no esperen de ellos mayor cosa. Creen que agrandando los problemas obtienen adeptos y ganan confianza y credibilidad. Olvidan que faltar a la verdad para conseguir votos y engañar incautos no es honestidad, ni es actuar con transparencia.
También piensan algunos que el Estado se puede manejar como una empresa privada. Y trasladan criterios gerenciales de lo privado a lo público para medir desempeños y eficiencias. Piden un gerente para gobernar el Estado. Es una equivocación frecuente. La ciudad ya pasó por un gobierno dirigido por personas que con una gran experiencia en el mundo privado y gerencial fracasaron estruendosamente en la dirección de este ente público. La ciudad necesita políticos preparados, con experiencia en lo público y claro, con conocimientos gerenciales, pero políticos, no gerentes.
El interés general, razón de ser la política, hace rato se diluyó. Un partido político protesta porque no le dieron su pedazo, no porque la sociedad se perjudique. Algunos gremios privados protestan porque el Estado no les dio lo que esperaban en su interés particular. Y apoyan políticos por ese interés. Claro que todos hablan del bien común, pero como una careta o mampara que oculta intereses personales o particulares. Y esto se hace a nombre de la honestidad, la trasparencia y dizque para salvar la comunidad y la ciudad. ¡Válgame Dios!
@agustinangarita
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