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Nadie discute que las marchas, los bloqueos, las protestas en general traen consecuencias que afectan la tranquilidad social. Habrá quienes pretendan minimizarlas y quienes deseen exhibirlas hasta el máximo. Pero tampoco se puede negar que el paro es una consecuencia y no la causa del descontento social. Este tiene origen en deudas históricas acumuladas y, sobre todo, en decisiones equivocadas de los gobiernos nacionales en las últimas dos o tres décadas.
Es una falacia descargar ahora en las protestas sociales unas responsabilidades surgidas de la indolencia dirigente que, desconociendo nuestra realidad social, aplicó equivocadas políticas públicas, como las del Consenso de Washington, que hicieron más desigual al país y al continente. Ahora resulta que las aglomeraciones de protestatarios son responsables del incremento de contagios virales, pero no lo fueron las aglomeraciones de consumidores en los días sin IVA.
En Colombia los jefes de estado suelen gobernar desde unas alturas infinitas, a las cuales no llega la gente del común, pero desde la cual tampoco se ve la tierra sobre la cual esa gente del común se mueve. Por eso es bien importante destacar el esfuerzo que se hace en los ámbitos local/regionales para contribuir a buscar respuestas que ni siquiera se advierten desde las lejanas alturas en que descansan las instancias nacionales.
En el despacho del arzobispo de Ibagué, monseñor Orlando Roa, se reunieron empresarios, dirigentes cívicos, jóvenes rebeldes, y dieron una primera muestra de que el diálogo funciona. No fue una conversación entre sordos, como las que se suceden en las alturas capitalinas, ni un monólogo entre quienes se sientan de frente, pero como no se quieren ver, dialogan de espaldas. Tampoco fue una negociación porque no se convocó exactamente voceros del paro y voceros del gobierno. Se hizo lo que había que hacer: Reunir miembros de la sociedad civil.
Las reuniones de Ibagué fueron replicadas en las sedes de las Cámaras de Comercio de El Espinal y de Honda, cuyos presidentes Jaime Eduardo Melo y William Calderón, están cabalmente sintonizados con la realidad de su contexto. Asistieron el presidente del Comité de Gremios del Tolima, Jairo Arias, el abogado y periodista Guillermo Pérez, los voceros seccionales de gremios como Fenalco, la Andi y algunos comités municipales de Cafeteros, los de los sindicatos seccionales, las tres Cámaras de Comercio de la región, algunos alcaldes y concejales y el diario “El Nuevo Día” que proyectó su testimonio sobre toda la región.
Solo hace falta voluntad política y, en ese sentido, el Tolima está dando un gran ejemplo. Parece más fácil obtenerla en la realidad vital de las provincias, por cuyos entramados cruza vibrante la sabia del país, que en los entornos artificiales de un centro lejano y, como siempre, desconectado de las pulsaciones sociales. Hay que bajar a la tierra para conocer lo que pasa en la vida cotidiana. Los gobiernos olvidan que las alturas marean.
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