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Europa tiene una historia de múltiples enfrentamientos bélicos, guerras religiosas, invasiones armadas. Todavía existen posesiones europeas en los cinco continentes, como rezago de su viejo imperialismo. “El corazón de las tinieblas” y “El sueño del celta”, célebres obras de Joseph Conrad y de Vargas Llosa, denuncian la violencia de ingleses y belgas contra los nativos del Congo y los indígenas del Perú. La última guerra europea, llamada segunda guerra mundial, llegó a límites tan crueles que resulta vergonzoso recordarlo.
Sobre la mitad del siglo XX, Churchill, Monnet, Adenauer y unos pocos líderes más, promovieron un acuerdo para consolidar la paz en Europa y garantizar su perdurabilidad. Ese es el origen de la Unión Europea. La guerra de Flandes, la guerra de los treinta años, la guerra de Crimea y todas las guerras que inventaron en los cinco continentes son hoy, desde el punto de vista europeo, cosas del pasado gracias al acuerdo del carbón y del acero, que también se conoce como Tratado de París, suscrito hace 70 años.
Una historia de guerras se transformó en un propósito de paz, más allá de las diferencias doctrinarias y políticas de los distintos gobiernos. Ahí está una Europa plural, con diversidad de gobiernos y diversidad de culturas buscando equilibrios entre sus ideas y sus sentimientos. Es bien difícil. Pero los gobernantes europeos se deben a unas visiones ciudadanas con vocación europea. Salvo los ingleses que no se desacostumbran a la confrontación, y a pesar de la excesiva burocracia de la UE, Europa sigue marchando, así sea a distintas velocidades, hacia un propósito de integración. Hoy, la UE tiene ganado un puesto en la historia de la paz.
Ese experimento no parece ser posible en América. Aquí se acabaron los líderes de todos los signos. Ningún jefe de Estado actual está a la altura de hombres como Franklin Delano Roosevelt, Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón. Ni como José Figueres, Fernando H. Cardoso, Eduardo Frei, o como los Lleras, Echandía, Belisario Betancur, en Colombia. Más allá de sus aciertos y de sus errores, todos ellos tenían vocación americana. Nadie parece tener interés continental, y menos, si deben aportarse actitudes solidarias. Dentro y fuera de cada país, predomina el grito sobre el diálogo. La idea fuerza de la confrontación se mantiene en las huellas de Trump y de Maduro, de Ortega y de Bolsonaro, de Amlo y de Bukele. Los demás, ni siquiera están dejando huella alguna.
El mundo actual necesita menos ideología y más democracia. Menos líderes para la polarización y más ciudadanos para la convivencia. La sociedad civil es el único estamento en la historia que ganó una guerra mundial sin disparar un solo tiro, cuando su acción derribó el muro de Berlín y aclimató la integración alemana. Si América carece de gobernantes con esa vocación, le corresponde inducirla a la sociedad civil. Ese es su desafío inmediato.
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