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Uno y otro son nefastos en política. En el radicalismo los árboles no dejan ver el bosque y en la medianía no interesa lo que se vea al frente. Aquel se resiste a desaprender, lo cual es clave en un mundo dinámico; y ésta siempre tiene la razón, lo cual hace inútil el diálogo. Así no se puede gobernar una sociedad compleja y plural como la nuestra.
Sergio Fajardo tiene una gran responsabilidad, pero me temo que no comenzó bien. Su fórmula vicepresidencial debe significar un importante mensaje para el país nacional. Pudo buscarla en la misma coalición de la esperanza, o en un colombiano ilustre, experimentado, con formación de estadista y capacidad real de ayudarle a tender puentes entre orillas distintas. Pero no parece avanzar en ese sentido. Requiere sabiduría, conexión con la psicología nacional y una gran dosis de imaginación para enderezar la política.
El país no aguanta otros cuatro años de polarización y confrontaciones. El presidente de la República no puede seguir siendo el director de un partido. Tiene que volver a ser vocero del conjunto de un país en que quepamos todos. Los múltiples sectores nacionales y regionales con su diversidad de intereses, contradictorios y, al mismo tiempo, legítimos. En Colombia es preciso reducir algunas de las facultades presidenciales y recuperar la idea-fuerza de la autonomía regional, como lo quiso la Carta del 91, pero lo han desdibujado sus reformas y sus contrarreformas e incluso algunas de sus leyes y de sus jurisprudencias.
Tampoco los políticos pueden seguir mirando hacia el pasado para tomar decisiones o condicionar respaldos a los gobiernos nacional o territoriales. No tiene futuro un país en el cual sus dirigentes privilegian el odio sobre la cordialidad, la enemistad sobre la coexistencia, las posturas viscerales sobre las actitudes racionales. Por ahí volvió a aparecer el absurdo sobreidelogismo de algunos, pidiendo cosas como la supresión de la JEP o del mismo Congreso a cambio de apoyo político. ¿No les importa el Estado de derecho?
César Gaviria y Álvaro Uribe son los expresidentes con mayor influencia política en el país. Sin embargo, piensan más en las elecciones y en mantener su preeminencia que en el bienestar de los colombianos. Por eso sus candidatos son el otro Gaviria, Fico o Char, y no verdaderos estadistas. Humberto de la Calle, Juan Camilo Restrepo, Antonio Navarro, por ejemplo, son figuras experimentadas que ofrecen la garantía de su formación, de su idoneidad, de su experiencia. Están graduados en la universidad de la vida. Pero ya es poco lo que los expresidentes pueden hacer en ese sentido. Nos han metido en el peor de los mundos.
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