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Pero también podría ser un país liberal de mayoría conservadora si se mira el sentimiento individualista propio del colombiano, su rechazo a los autoritarismos, su conformidad con las formas jurídicas propias del Estado de Derecho, que son principios básicos de la democracia liberal. Lo que eso significa es que los colombianos no son proclives a las posturas radicales.
En cuanto a las plataformas doctrinarias de los dos partidos tradicionales es preciso aceptar que ambas son de estirpe liberal porque son hijas de un pensamiento que viene del viejo constitucionalismo español y de los principios de las revoluciones inglesa, gringa y francesa, con la supremacía del derecho, el principio del control y el de separación de poderes. Así funcionó el país a lo largo del siglo xx, mientras las ideas de izquierda y de derecha se proyectaban sobre Colombia y sobre el mundo, primero desde el período de entreguerras y luego desde el seno de la guerra fría. Una era hija de los comunismos y otra de los fascismos. Ambas murieron con el siglo.
Han querido ser resucitadas ahora, pero de manera falaz, contribuyendo a la crisis de la democracia y al falseamiento del Estado de Derecho. Lo que estos tiempos actuales trajeron consigo fueron populismos de todos los signos, que lesionan desde adentro al Estado de derecho, mientras dicen defenderlo. Trump y Maduro son sus mejores ejemplos. No existe un solo país en América que pueda sentirse libre de que su gobierno haya arrojado piedras de populismo en el hemisferio.
En Colombia es más dramático aún, porque el populismo no se ejerce solamente desde el gobierno. También aparece –y se nota mucho- en los dirigentes políticos de todos los niveles, en los columnistas de prensa y de radio, en el mismo sector empresarial. Hemos producido una especie de círculo vicioso en el cual no se sabe bien si el populismo ha producido la polarización que agobia al país, o es la polarización la que ha producido el populismo. En cualquier caso, todo el mundo acusa de populista a los demás, sin reparar en su propia actitud.
En semejante fenómeno existe una alta responsabilidad dirigente porque son las élites partidistas –incluso los propios expresidentes de la República más activos en política- quienes atizan no solo la polarización sino el populismo, por encima de los demás sectores de la sociedad. En estos, por el contrario, hay quienes privilegian el sentido crítico sobre la impostura visceral y asumen un compromiso, serio y desapasionado, con la realidad sobre la cual reflexionan. Probablemente también tenía razón Gaitán: El pueblo es superior a sus dirigentes.
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