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En aquel tiempo, el meridiano de la inteligencia pasaba por el Tolima y sus dirigentes mostraban conciencia de sus responsabilidades políticas con su región y con el país. En los años treinta había surgido la ‘Escuela del Tolima’ al amparo del viejo López y del maestro Echandía, conformada también por Carlos Lozano y Lozano, José Joaquín Caicedo Castilla, Antonio Rocha Alvira, Rafael Parga Cortés, Gonzalo París Lozano y otros hombres de leyes que trajeron al país la concepción social del Estado y del derecho.
En 1972, el maestro Echandía era la voz nacional de la Escuela del Tolima y el Lord Parga su gran vocero regional. Pero la Escuela del Tolima tenía discípulos. El senador Alfonso Palacio Rudas y el ministro Rafael Caicedo Espinosa era, de seguro, los más conspicuos. Habían otros nombres ilustres, entre ellos, Roberto Arenas, Jaime Vidal, Néstor Hernando Parra, Alfonso Jaramillo, Alberto Rocha, y surgían nuevos líderes que comenzaban a tomar en sus manos las banderas del desarrollo regional. Ese proceso, sin embargo, se frustró con el paso del tiempo y, en el tránsito de los dos siglos, evidenció factores de crisis. Aún hoy la región no se recupera. A veces, parecería que sus problemas se agudizan.
El Tolima acusa ausencia de clase dirigente e indiferencia en diversos sectores de su sociedad. Por fortuna mantiene un importante activo espiritual representado en las artes, las letras, el pensamiento: Es una tierra, de músicos, de escritores, de juristas. Pero convirtió la política en el arte menor de ganar elecciones.
Como tolimense registro con honda satisfacción la convocatoria de la ADT Protolima para el reencuentro de tolimenses en torno a los intereses de la terra patrum. Pertenezco a la ADT hace también casi cincuenta años, siento afecto por esa entidad y admiración por las condiciones profesionales de su Directora. Ana María Lopera es, al mismo tiempo, líder, pensadora, ejecutiva. Es una de las mujeres mejor dotadas de la región para cumplir con los objetivos de la asociación que dirige.
Creo también en el concurso de las Cámaras de Comercio del Tolima, entidades con las cuales he tenido vínculos que honran mi vida profesional. Presidí la de Ibagué por una década y, desde entonces, conocí a quienes hoy presiden las de Honda y el Espinal. William Calderón y Jaime Eduardo Melo también son tolimenses de excepción. Ellos, su colega de Ibagué, la ADT Protolima y los gremios de empresarios, pero también otras organizaciones sociales tienen la responsabilidad de construir un Tolima inclusivo, capaz de convocar a sus sectores vitales en función de su propio desarrollo. Después de un silencio de once años, resulta muy útil recuperar el hilo de los ‘Encuentros Tolimenses’.
Comparto la preocupación de los organizadores por el desarrollo sostenible, en una región que sigue siendo agropecuaria, que también es comercial y turística y que necesita añadir mayor valor a sus productos primarios.
Pero, en ese marco, nos falta preparar al hombre tolimense para que dote esos nobles propósitos de una verdadera dimensión humana. Ese es el inmenso desafío que el Tolima tiene por delante.
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