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Y más este 2020, bautizado por muchos el año de la peste, que más parece el año del castigo por el confinamiento y el deterioro de las condiciones de vida de los colombianos.
Llegó de repente y nos cogió desprotegidos, cargados de una ansiedad que no sentíamos hacía mucho tiempo.
Un año que ha empezado con la nebulosa de un horizonte oscuro, que no es previsible en lo económico ni por el más avezado economista, ni en lo social por científicos sociales, ni en la salud por epidemiólogos y bacteriólogos de probada solvencia científica. Tampoco los científicos aciertan a constituir un corpus que despeje la conducta a seguir para lograr el éxito. No hay vacuna. Pareciera como si los que fueron tocados por la peste se mejoraran de milagro, no se sabe si por acción de las cápsulas, las inyecciones o las agüitas aromáticas extraídas de plantas exóticas.
El sacrificio del personal médico en las instituciones de salud es admirable porque lo imprevisto de la pandemia no les ha permitido tener insumos, equipos y una guía cierta. No tienen un protocolo a seguir, un procedimiento que asegure llegar a buen puerto.
El único procedimiento ordenado es el confinamiento para detener el contagio, cuarentena para los infectados, aislamiento social y ninguna muestra de afecto. No es como cuando a uno le dice el médico “tómese una cápsula diaria de este medicamento, y haga ejercicio media hora cómo mínimo al día”. Y uno está seguro que eso lo aliviará de su dolencia.
Total, vivimos ansiosos, pegados del televisor, de la radio, del periódico, del accionar de los chismosos y del ya extendido servicio de las redes en las cuales, en medio de los chismes, algo verdadero se anuncia sobre ese monstruo invisible que ha paralizado el mundo.
Y esta paranoia de la muerte es la que nos lleva a la ansiedad por la noticia, esa obsesión por saber si ya pasó el peligro, qué dirán las autoridades, y detrás de las noticias de nuevos protocolos, el terrible balance de los contagiados y los muertos, los que yacen en las calles, los que pernoctan en cuartos, temblorosos de contagio, los que habitan las salas del olvido.
Esa es la ansiedad por la noticia, por saber que ya pasó ese estriptís de la condición humana, ese descubrir las morbosidades y perversiones de los seres humanos, amancebados con la muerte.
Ha ganado la naturaleza: el aire más limpio, los ríos más claros y los animales aprovechando el confinamiento de sus verdugos.
La obsesión por las noticias hiere mi corazón y anula mi razonamiento. ¿Qué pasará mañana, gobernados por ladrones y asesinos?
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