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Este juego impredecible no sé aún a dónde me conduzca.
¿Embeleco de los seres que, cargados de tiempo, aún dudan de saber hacia dónde se dirigen?
¿Valió la pena cargar con tantos hechos el tiempo transcurrido?
He aquí mi visión: Mi vida ha estado signada por tres ciudades que moldearon mi talante de ser humano, escritor y artista plástico.
Hablo de Pitalito, Huila, donde nací y viví mis primeros diecisiete años de recorrido, tragando el tiempo con la necesidad de definir mi próximo camino; Bogotá, donde gaste treinta y cinco años para recibir la formación y los conocimientos necesarios para comenzar a cosechar mis triunfos cotidianos y mis primeros éxitos artísticos; y, por último, Ibagué, donde, después de veintidós años de respirar su paisaje y recorrer sus calles, siento que ya reposo mis esfuerzos para mirar mi recorrido como la película de aventuras que tantas veces me ha hecho sonreír y otras cabecear por el testimonio de tragedias que ya parecen inverosímiles.
Pitalito es la imagen de un hogar modesto, lleno de amor, con el empuje necesario para impulsar mis sueños; una Normal Superior que no sólo fue un caserón vetusto, donde me formó para una profesión que no cuajó en mis manos, sino el toque mágico que amplió mi horizonte hasta los límites de una vida realizable.
Bogotá es la que me enseñó a vivir. Me brindó, generosa, trabajo, estudio, la universidad, mis primeros escritos, mis libros inaugurales, mis primeros amores, veinte títulos publicados en treinta y cinco años, exposiciones en diversos escenarios, artículos y columnas en periódicos de la capital y de provincia, viajes al exterior, un hogar, tres hijos, frenética labor que no soñé jamás cupiera en mi frágil contextura de artista. Amo a Bogotá, porque ella me dio los pilares de todo cuanto he llegado a ser.
Ahora Ibagué es mi reposo, el mesurado ejercicio de mis pequeñas sabidurías, el disfrute de la amistad, cinco libros publicados en veintidós años, un afecto de ciudad que renueva mis poros; una mujer que acompaña mis desvelos, corrige mis defectos, alienta mis búsquedas artísticas.
Un cielo hechizado con atardeceres rojos. Un espacio para los nietos, que de vez en cuando llegan a visitar a ese hombre que a veces pinta, lee, escribe y muchas otras llora su obligada ausencia.
Tres ciudades donde he ejercido mi sagrado derecho a respirar y donde he recibido mi recompensa en dosis justas de amistad y afecto.
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