Por fin la administración municipal de Ibagué se acordó de los pobres peatones que a diario recorremos la ciudad, ya por trabajo o por placer, y nos enfrentamos al monstruo del tránsito y a la irresponsabilidad de los conductores de los medios de transporte. En su programa de inversiones, pensadas en bien del ciudadano, está el arreglo de los andenes de la ciudad, que en algunos sectores ni siquiera existen.
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Maravilloso. Acostumbramos en las mañanas a caminar con Alba por cuarenta y cinco minutos, más o menos, y con ese propósito salimos del apartamento, luego nos enrutamos por la carrera Quinta y caminamos hasta el centro comercial La Quinta. Luego regresamos con algunas compras, bien para el almuerzo o para cubrir alguna necesidad puntual. Ese recorrido lo hacemos para mantenernos en forma, como nos lo recomienda el médico, y, de paso, cumplir con nuestro sagrado deber de tratar de vivir bien. Muchas frutas y verduras, por supuesto.
En los últimos meses han sido escasas nuestras salidas, por efecto de la pandemia del Covid-19, salvo cuando la necesidad nos obliga -citas médicas, diligencias bancarias, abastecimiento de alimentos-. Caminamos cumpliendo los protocolos establecidos -tapabocas, distanciamiento, alcohol y gel en el bolsillo- aunque llenos de temor, no sólo por un contagio imprevisto, por un atraco, sino también por el atropellamiento que puede sobrevenir de un bus, un taxi, un carro particular, una moto, una bicicleta, que casi siempre nos rozan como energúmenos cuando nos toca bajarnos a la calzada porque el andén está copado de vehículos y se desdibuja el espacio del peatón con la separación obligada de las máquinas.
Ojalá tanto dinero invertido en publicidad para anunciar los programas que se van a desarrollar en la ciudad no se pierda y se convierta en despilfarro. Debe costar millonadas esa publicidad cuando se debiera entender que, siendo obligación de los funcionarios gobernar para el bien de los ciudadanos, bastaría con que ejecutaran sus planes sin tanta parafernalia.
En cambio, hay una desobediencia civil manifiesta en la conducta de muchos habitantes de la ciudad, de diferentes comunas, que se pasan por la faja los decretos y los postulados del sentido común y salen en manada a celebrar hasta el más mínimo motivo, consumiendo licor, burlándose del uso de tapabocas, negando el distanciamiento corporal e ignorando el toque de queda. Y, lo peor, poniendo en peligro la ciudad, ahora cargada de contagiados y de muertos llorados en silencio por sus familiares en confinamiento.
Esa irresponsabilidad, cuando no ignorancia, debe castigarse ejemplarmente. Creo que todos queremos seguir con vida para brindar en un futuro no lejano por buenos escenarios deportivos y andenes suficientes. No queremos recorrer la ciudad detrás de un cortejo fúnebre.
Sentido común, por favor.
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