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El plebiscito por la paz del año 2016 es un claro ejemplo de esto, sino recordemos cuando el mismo gerente de la campaña del “no” señaló, que su principal estrategia para ganar era hacer que la gente saliera a votar con rabia utilizando argumentos falsos como el castro-chavismo o la “ideología de género”.
Así, se torna necesario hacer una lectura crítica a la forma como, en los últimos años, se han venido desenvolviendo los procesos democráticos, donde nos hemos acostumbrado a tener que soportar una práctica reprochada por muchos pero, pareciera ser, aceptada por varios de los actores políticos de nuestra sociedad, una práctica en la cual nos llevan a tener que tomar decisiones basados en el miedo o en la ira.
Y miremos cómo el Covid-19 nos muestra la realidad: una exaltación de inequidades que debemos atacar. Así es, o con miedo o con ira nos llevan a definir quién o quiénes decidirán sobre el camino a seguir para el desarrollo de nuestro territorio; esta fue una práctica que salió al descubierto en el sonado caso de Cambridge Analytica y su papel en la elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos, cuando elaboraron una campaña anti Hillary con acusaciones en las cuales buscaban el desprestigio de la candidata demócrata que hacían circular en la red y tenían como fin llevar al elector norteamericano a las urnas con “ira”.
Pero, ¿qué ha pasado con los planteamientos que buscan establecer un modelo de desarrollo económico y social de los territorios acorde a las necesidades de este siglo? ¿Qué hacer para apropiarnos de los modelos colaborativos que han surgido hoy día y que son la herramienta esencial para la generación de nuevas oportunidades? ¿qué ha pasado con la decisión de ser libres? Los procesos sociales, políticos y económicos están en constante evolución. Solo revisemos cómo las nuevas tecnologías han modificado radicalmente los mercados en la última década y la forma como tradicionalmente nos desenvolvemos en nuestra vida diaria.
Es una realidad que el Estado, en muchas ocasiones, no da respuestas a los cambios en los que nos vemos inmersos los ciudadanos por varias razones:
i) porque no tiene las herramientas para hacerlo por su novedad,
ii) porque cuando lo hace, la respuesta es demasiado tardía en relación a la velocidad en la que se mueven las transformaciones y,
iii) porque tradicionalmente han existido grupos de presión que son poco receptivos al cambio.
Tal es el caso de las economías colaborativas, esta realidad es algo que golpea directamente la concepción tradicional de producción de bienes y la prestación de servicios y lo mejor de todo, ¡nace de la voluntad libre de los ciudadanos! De ahí que se pueda plantear que la innovación tecnológica permite aplicar principios de eficiencia a los mercados en los cuales se suele transformar la manera como concebimos la utilización de los recursos y, en definitiva, la forma por medio de la cual producimos bienes y servicios y los colocamos a disposición de todos nosotros. Una herramienta muy útil por estos días, solo tenemos un problema, el acceso a internet por parte de toda la población. Volvemos al problema de la profunda inequidad!
Pero entonces, si nace de la voluntad libre de los ciudadanos ¿cómo se pueden utilizar las desventajas a su favor y no pelear contra ellas? La respuesta es la interacción, adoptar las ventajas que ciertos modelos nos ofrecen para diseñar políticas públicas acordes con la realidad de nuestro tiempo. Dicho de otra manera, empecemos a elegir a quien nos ofrece el desarrollo y no el que nos vende el miedo o la ira.
Pero este avance en el modelo de gestionar para el ciudadano solo lo podemos lograr si somos libres a la hora de escoger, no tomando decisiones basados en el miedo o la ira, arriesguémonos por la personificación de nuestros deseos más íntimos de vivir en una sociedad moderna, digna, equitativa y con aspiraciones al desarrollo económico y social, esa es una enseñanza que nos deja el Covid-19.
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