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Nos recordó, por ejemplo, que:
Colombia es hoy el tercer país de mayor concentración agraria en el mundo. Óigase bien, el tercero en el mundo. Un dato escandalosamente relevante.
Ahora, observemos dos cifras tenebrosas frente al grado de concentración de riqueza:
En la base de la pirámide rural, o sea, en el puro pueblo, se encuentran dos millones de minifundistas con predios inferiores a una hectárea. Poseen 1,3 millones de hectáreas.
En el otro extremo, es decir, en la cúspide terrateniente, reposan serenamente 2.200 dueños de predios superiores a 2.000 hectáreas. Poseen 39 millones de hectáreas. Con una característica especial y demoledora para el desarrollo integral de la nación: gran parte de ellas dedicadas a ganadería extensiva o a lotes de engorde.
Ahora, concentremos el impactante apunte, en cifras aglutinadas. El dato es así: dos millones -2.000.000- de campesinos poseen 1.3 millones de hectáreas, mientras que solo dos mil doscientos -2.200- terratenientes tienen 39 millones de hectáreas. Por el lado campesino, refleja en algo y en mucho, algunos de los dramas relatados magistralmente por Juan Rulfo, donde se evidencian en varias secuencias lúgubres, la trágica existencia de hombres sin tierra y tierra sin hombres.
Serios y estudiosos académicos del problema de la violencia en Colombia, han llamado la atención históricamente sobre este factor de concentración de poder y riqueza en pocas manos, que incide real y directamente en mantener vivas las raíces de confrontación y violencia que han azotado y siguen flagelando a nuestro campesinado.
Palabras más, palabras menos, parados de nuevo aquí y ahora en nuestra conflictiva realidad social y económica, resurge una y otra vez, como una esperanza cierta de lograr paz y convivencia en nuestros campos, la necesidad de impulsar y llevar a buen término una verdadera Reforma Agraria estructural, democrática y participativa.
Pero, existe una traba ancestral insuperable, por ahora, para avanzar en este propósito: los terratenientes. Que como siempre, ayer y hoy, están en el poder. Requerimos entonces, nuevas fuerzas sociales incidiendo en el impulso de políticas públicas en beneficio de las mayorías sociales. Otro reto, en la necesaria urgencia de conformar una gran alianza de fuerzas alternativas, que impulse las reformas estructurales que Colombia ha tenido siempre aplazadas.
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