Dignidad

Camilo González Pacheco

Las recientes movilizaciones juveniles, han abanderado la concepción de “dignidad” como una de sus banderas claves de diálogo y negociación. En Cali, por ejemplo, en medio de las marchas, así bautizaron – “Loma de la Dignidad” – a un sector tradicional del barrio San Antonio.
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Se trata de reivindicar, - a muy buena hora-  el concepto de dignidad, que no es otro asunto distinto a un valor y un derecho fundamental del ser humano, que según los estudiosos de esta interesante cuestión, no es tan reciente como algunos consideran, sino que hunde sus raíces en el propio origen y nacimiento del cristianismo. Afortunadamente ha tenido serios y documentados tratadistas que han filosofado sobre el tema, algunos de ellos del renombre de Platón, y de otros ilustres pensadores no tan conocidos como Pico della Mirandola y Kant, para citar solamente a tres nerdos destacados en estas cuestiones.  

Es más, según conocidos y respetables eruditos de orden universal sobre el concepto, éste se ha convertido en el fundamento indiscutible de los Derechos Humanos, guía y faro del desarrollo integral y humanista de las presentes y futuras generaciones. 

Mucho más allá, de aquella concepción clásica sobre la dignidad, -en especial la estoica de Cicerón-, referida sólo a una persona, que se preocupa por su propia cultura. O sea, una visión personal e individual. Para no olvidar nuestro rudimentario latín, valga la pena recordarla en su versión original y clásica: “dignitas est alicuius honesta et cultu et honore et verecundia digna auctoritas”. Y en sánscrito, buddhagostra. Y en japonés: bushó. Así de sencillo y preciso. Sin nada de descreste.  

Pero bien, ya por estos días y lares, la dignidad –conforme conocida definición- hace referencia al valor inherente del ser humano por el simple hecho de serlo, en cuanto ser racional, dotado de libertad. Se enfatiza entonces, que no constituye una cualidad otorgada por nadie, sino consustancial al ser humano. 

Ojala estas creativas, masivas y esperanzadoras movilizaciones de los y las jóvenes a lo largo y ancho del país, le puedan dar al concepto de dignidad la altura y el sentido ecuménico que siempre se le ha desconocido en el reciente y lejano pasado nacional.  

Sería entonces, otro de los valiosos  aportes históricos y conceptuales de esta movilización juvenil. Que conlleva necesariamente, la urgencia del protagonismo actuante de la juventud movilizada, en especial en las áreas políticas y electorales que siempre han sido soslayadas por los jóvenes, al asimilarlas -con  buenos argumentos- a prácticas de politiquería, clientelismo y corrupción.  

Refrescante y valioso, para la democracia colombiana, constatar la presencia de la juventud en las próximas listas a corporaciones públicas. Además, necesario, urgente y supremamente digno. 

CAMILO A. GONZÁLEZ PACHECO

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