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La escena de la reunión es campestre. Uribe, en un plano más alto, dominando el espacio. En su salsa: finca, caballos, perros. Siempre altanero. Negando hasta el final el conocimiento sobre los falsos positivos: la culpa fue de los soldados que lo engañaron. Repite.
En plano más bajo, el padre De Roux, con una libreta entre sus piernas tomando notas. Humilde, atento, tratando de hacer bien su tarea. Plenamente consciente ante quién se encontraba y del reto y los riesgos que le significaba esta particular tarea. En un último plano, aún menos visible, la dra. Lucía González, increpada agriamente por un hijo de Uribe. Y Leiner Palacio, líder de las comunidades negras.
Algunos analistas estimaron que este pulso lo había ganado Uribe. Que el padre De Roux, le facilitó una gran oportunidad, para que Uribe -entre otros exabruptos- nuevamente desconociera la JEP, la legitimidad de la Comisión de la Verdad y mintiera.
Para las mayorías anhelantes de una paz estable y duradera en Colombia, esta batalla la ganó el presbítero jesuita, para el país, para la historia, para los sueños de los colombianos. El Padre de Roux, significa la esperanza y la ilusión de un país nuevo. El anhelo de la paz. Un país donde podamos pasar pronto las amargas páginas de la guerra y la violencia.
Y para ello, se requiere de líderes como él, dispuestos a poner la otra mejilla. Confrontados como Jesús ante Barrabás. Listos, con humildad, a la batalla. Así momentáneamente parezcan humillados y perdedores, como sucede con los grandes héroes: fusilados, desmembrados, su generación proscrita, su memoria maldita y condenada al olvido.
En su esfuerzo por tratar de escuchar a todos los concernidos en el conflicto - entre ellos a Uribe- el Padre De Roux ganó la partida. No fue un encuentro entre un hacendado y un capellán. Ni menos un espacio para que el habitante del Ubérrimo, hiciera proselitismo electoral. Cada líder demostró lo que era. De qué estaba hecho. Uno: lleno de poder, ambición y vanidad. El otro, como lo han enunciado importantes columnistas nacionales, entre ellas Adriana Cooper: de amor y libertad. Hombres que luchan toda la vida, según lo enseña Bertolt Brecht, “son los imprescindibles”.
El padre De Roux, es uno de aquellos imprescindibles.
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