Las voces de los indignados

José Javier Capera Figueroa

Respetado presidente Juan Manuel Santos: En primera medida, no nos conocemos, ni hemos tenido el momento de cruzar palabras y argumentos, aunque he tenido el deber de realizar cualquier tipo de análisis a las discusiones, opiniones, entrevistas y comentarios que usted tiene sobre la “paz”. Esa misma que a lo largo de estos años invita a construir entre todos como bien lo decía “la paz se hace entre enemigos, no entre amigos”.

Tal como usted y su equipo de colaboradores abanderan diciendo que se construye “entre todos”. En realidad, me preocupa saber que sus aspiraciones y deseos por construir una nación justa, equitativa y próspera para los colombianos entre en profunda contradicción con los fenómenos de estos tiempos, déjeme aclararle la premisa expuesta:

1) Uno de los defectos a mi parecer ha sido que en los acuerdos de paz entre la Farc-Ep y el gobierno de turno nunca se ha tocado en el fondo un cambio de las lógicas económicas y políticas que estructuran al país. Por supuesto, es complejo pesar un tipo de paz si no se logra poner en juego una serie de procesos que vayan en contravía a la pobreza, violencia, despojo y hambruna que ha dejado la historia política y económica en estos territorios.

2) El claro destino que se puede apreciar al saber en el fondo que este tipo de acuerdos favorece a ciertos “grupos políticos” y lógicas que van en función de transnacionalizar los bienes comunales que posee nuestra querida e indomable Colombia, es un dolor ver como la clase política tradicional en mi país ha hecho destrozos toda una cultura, debido a las ansias de explotar, mercantilizar y sobre todo repartir lo que la vida y la divina providencia nos ha dotado para intentar vivir “dignamente”.

3) Uno de los temas que se trata de forma constante es la reparación de las víctimas, y claro que lo necesitamos pero usted lo debe saber, la primera forma de reparación viene de uno mismo, y ¿Cómo podríamos reparar y perdonar? Si en su gobierno las universidades, movimientos sociales y asociaciones han sido victiman de la desolación política y la negación del Estado en todos los términos posibles. Es decir, el apoyo ha sido reducido y en lo sensato hasta negado lo he vivido como experiencia personal.

4) Las políticas, de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición para las víctimas es excluyen en cierta forma, acá a las comunidades afrocolombianas, campesinos y otros sectores de la sociedad no se les tuvo en cuenta pensando en un intento de lograr consolidar más elementos para una justicia del conflicto, entre otros aspectos que por tiempo no logro aclararle.

Sin embargo, las voces de los indignados está siempre presente y no para pedirle un apoyo económico, un programa social o la creación de una fundación, particularidades que se ha venido gestado al interior del discurso de construir un paz estable y duradera, ojalá lo pueda tener en cuenta debido a que es una de las mil formas de mercantilizar la “paz” que tanto necesitamos y soñamos.

A mis 23 años de edad he podido constatar una serie de particularidades que en su discurso se obvian, de donde provengo el sonido de las balas fue como el pan del desayuno, uno diario para saciar el hambre en este caso para imponer el terror. Tener sed de hambre, necesidades y ver la pobreza se convirtió en algo “común”, sí lástima, en Colombia hemos aprendido a ver el dolor del otro como una simple “cosa”, algo normal que suceda. 

Por último, la cuestión de esta misiva consiste en que pueda reflexionar sobre el sentido de construir un escenario de paz diferente, una en la que tenga sentido el diálogo de saberes, una que logre ser crítica y auto-crítica en la praxis, y pueda construir escenarios de convivencia en forma “digna”, y porqué no, una en donde se democratice el poder, la política y la economía para pensar y actuar bajos el mismo horizonte cultural, algo que en su gobierno ha sido más que una utopía un sueño postergado.

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