Recuerdo que en el año 2010, en una localidad de Ecuador, la Subsecretaria de Educación de esa municipalidad -que no recuerdo el nombre- elaboró un instructivo de disciplina a propósito del elevado consumo de sustancias psicoactivas dentro de los centros educativos y estableció, entre otras medidas, que los estudiantes usaran mochilas transparentes. Es decir que aquel estudiante cuya mochila no fuera transparente no podría ingresar a estudiar.
Uno de los aspectos adicionales fue también que como muchos docentes consumían, entonces a ellos también les tocó ir con las mochilas transparentes, esto en términos de equidad.
La medida por supuesto generó toda la polémica del caso, pero el trasfondo es otro. Controlar es un verbo que en el contexto de las drogas –y en cualquiera otro por supuesto- se saldrá siempre de las manos.
En este caso, la funcionaria pretendía coger el sartén por el mango pero cosa muy difícil le resultó, lo que generó fue todo un escándalo en torno a la medida.
El caso sirve para ilustrar la idea que lo hecho hasta el momento con las drogas se ha salido de las manos como efectivamente cualquier persona puede comprobarlo: más medidas, más reglas, más producción, más consumo.
Controlar se ha salido siempre de las manos, mucho más ahora cuando el acceso a las experiencias psicoactivas va de la mano con los desarrollos tecnológicos. La internet, por ejemplo, se ha convertido hoy día en un laboratorio de drogas digitales que satisfacen un mercado que nunca terminará de crecer: el ser humano y su deseo de explorar, experimentar y buscar la felicidad.
Las “dosis digitales” son una nueva modalidad de experiencia psicoactiva en la que poco o nada importan los controles que se ejerzan, porque su acceso es libre y puede hacerse desde la casa, desde la universidad, el sitio de trabajo o desde la calle, en un simple café internet.
Las dosis digitales son pistas de audio que al ser escuchadas inducen estados de ánimo similares a los que ocasionan sustancias psicoactivas como la marihuana y la cocaína, entre otras. Ya hay varios portales de este tipo en la web, algunos de los cuales son todavía de acceso gratuito con posibilidades de descarga. En otros casos, el usuario paga una cantidad de dinero para escuchar la pista de audio, haciendo las veces de membresía o suscripción.
En uno de los portales que consulté aparecía la cifra de un millón de descargas, totalmente gratis, a computadoras portátiles y de escritorio, celulares y tabletas, lo que sin duda resalta el auge de esta nueva modalidad de consumo.
El efecto de estas dosis digitales consiste en la producción a gran escala de endorfinas en el organismo simulando los efectos producidos por las sustancias psicoactivas. Estudios reportan que los efectos de estas dosis digitales pueden llegar a potenciar 200 veces más la producción de endorfinas que las drogas tradicionales, con el riesgo incluso de provocar un estado permanente de alucinación. Y son los jóvenes quienes en su mayoría acceden a estas dosis de manera deliberada, y son los padres de familia, los colegios, las universidades e incluso los café internet, quienes ignoran esta situación.
¿Qué controles se irán a aplicar a este respecto? ¿Qué otra regla se van a inventar?
Tal vez controlar no sea el verbo apropiado, tal vez sea educar, pero educar en el uso de la libertad que tiene el ser humano, de sus posibilidades de ser y de hacer, creo que ese es el camino.
La cuestión es hacerse la siguiente pregunta: ¿en el colegio de mi hijo (a) o en la universidad o en su sitio de trabajo, han hablado alguna vez de este tema? ¿Entiende usted lo que significa y lo que implica hablar del uso de la libertad?
¿Hasta dónde llegarán las medidas de control para el consumo de sustancias psicoactivas?
Credito
FEDERICO CÁRDENAS JIMÉNEZ
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