Conversaba hace unos días con unos estudiantes consumidores de marihuana acerca del supuesto libre desarrollo de la personalidad y me decían que por supuesto eran libres de consumir y que, como libres, nadie podía evitar que lo hicieran, que eran muy conscientes de su libertad. Me acordé entonces de las palabras del Sumo Pontífice hace poco, desde el Hospital de la Fraternidad de San Francisco, en su paso por Brasil, a propósito de la discusión sobre la legalización de las drogas.
Él decía más o menos que son tantos los mercaderes de la muerte que no se podría hablar de un uso libre de drogas, justamente porque esa libertad ya estaría condicionada. Por eso es necesario -decía el Papa- afrontar los problemas que surgen a raíz del consumo, proveyendo mayor justicia y educación.
Miren, queridos lectores, no estoy de acuerdo con que a un consumidor de marihuana, por mencionar una de las más utilizadas, lo acusen de ser una persona enferma y que requiere de tratamiento, a sabiendas que hay consumos problemáticos que así lo ameritan. Conozco muchos que se salen del prototipo de consumidor y que después de su trabajo de oficina llegan a su casa y ni siquiera se fuman un cigarrillo entero de marihuana, sólo se dan una fumada y con eso les basta. Yo no creo que sean enfermos, creo que hacen un uso “responsable” de su derecho de ser y de hacer.
Lo que me parece sensato -y en ello estoy totalmente de acuerdo con el Sumo Pontífice- es que una persona debe ser consciente de su derecho de ser y de hacer, pero, así mismo, del deber que implica ese derecho.
Y hay que comenzar por hablar del deber con uno mismo, que aquí podría ser el aspecto central de la discusión. Por lo menos se debe saber en qué consiste lo que se hace y qué implicaciones subyacen para que ese derecho no esté cubierto por el manto de ninguna duda, porque sería un poco vergonzoso ejercer un derecho de esta naturaleza ingenuamente, eso equivaldría a una especie de autonegligencia.
Respecto de la marihuana, todos los fumadores dicen que no genera adicción, que es menos tóxica que el tabaco y que es medicinal y beneficiosa en algunas circunstancias, cuestiones que, por lo que sigue, aún están en experimentación.
Investigadores de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte (Estados Unidos), publicaron los resultados de un reciente estudio desarrollado con mil 37 individuos consumidores de marihuana, nacidos entre 1972 y 1973, a quienes se les analizó en varias funciones neuropsicológicas el impacto del consumo de marihuana hasta que cumplieran 38 años. El estudio fue publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
Este estudio es hasta el momento el más minucioso que se ha desarrollado, es el grupo de individuos que ha sido más estudiado en el mundo respecto del tema, por lo que vale la pena tener en cuenta los siguientes datos.
En términos generales, los científicos encontraron que los participantes que habían consumido marihuana constantemente registraban un “amplio deterioro” en varias áreas neuropsicológicas, como su funcionamiento cognitivo, la atención y la memoria. Quienes habían usado la droga al menos cuatro veces a la semana, año tras año, durante su adolescencia, sus 20 años y, en algunos casos, sus 30 años, mostraron una reducción en su coeficiente intelectual (CI). Es decir que cuanto más consumían, había más pérdida de su CI.
Pero podría ser el resultado más importante demostrar que el daño producido por el consumo de marihuana era irreversible. Al dejar de usarla o reducir su uso, no lograron restaurar completamente su pérdida de CI. Es decir, los efectos neurotóxicos son claros y el daño es permanente.
No sólo la marihuana produce este daño; hay otras prácticas cotidianas que podrían generar efectos similares, pero el punto es que muchos de quienes la usan han mitificado su consumo desde la salubridad; por lo visto, este aspecto aún está por demostrarse cabalmente.
A la luz de lo anterior, respeto a quienes defienden su decisión personal de consumir marihuana, respeto sus razones medicinales, recreativas, rituales o cualquiera otra que sea. Consumir es un acto político así como no hacerlo, pero conocer lo que se hace es condicionante de la acción trascendental.
Conversaba hace unos días con unos estudiantes consumidores de marihuana acerca del supuesto libre desarrollo de la personalidad y me decían que por supuesto eran libres de consumir y que, como libres, nadie podía evitar que lo hicieran, que eran muy conscientes de su libertad.
Credito
FEDERICO CÁRDENAS JIMÉNEZ
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