… El líder indígena comenzó la sanación. No hubo vestiduras especiales, ni plumas, ni dientes de carnívoros selváticos colgados por ningún lado; tan sólo bocanadas de humo de tabaco chocaban contra el cuerpo de la paciente, impulsadas por unas extrañas palabras en idioma desconocido para mí. Claros y oscuros emergían en la tenue y ahogada luminiscencia. Percibí el cuerpo de la chica acostado boca arriba con su abdomen elevándose en cada respiración profunda y un cojo lamento que se desprendía de su ser como si la abandonara un siniestro dolor. El indígena estaba concentrado, abstraído, como en un trance… sentí que veía cosas en el cuerpo de la mujer que mi discernimiento ignoraba. Las manos de este hombre esparcían el humo en el cuerpo casi desmadejado, hasta que una modulación extraña nos sorprendió a todos…
El desgarro de la voz era a la vez el de una sustancia que al parecer era el veneno y que estaba saliendo por su boca. El indígena le indicó que descansara porque todo había terminado, que debía guardar reposo y así podría recuperarse prontamente. Sorprendidos, proseguimos en silencio a hacer un círculo en la sala. Yo quedé a la diestra del chamán. Solo se escuchaba el siempre insoportable ruido ambiente de la ciudad.
Diákara, como se le conoce, encendió un cigarrillo pielroja, sacó de su mochila la marihuana que venía en forma de rectángulo y mientras inhalaba y exhalaba, habló algo a la planta que no comprendí y comenzó a armar un cigarrillo de marihuana. Al terminarlo, lo puso en mis manos y me indicó que lo prendiera. Aterrado, le dije que no; mi rol era el de observador, además, llevaba varios años sin fumar cigarrillo y creía que si inhalaba el humo, inmediatamente volvía a quedar enganchado, cosa que no quería. Con esta reacción, concentré la atención de todo el grupo. El chamán me miró sonriente, retomó el cigarrillo de mis manos con sus dos manos y lo rezó en un ir y venir hacia su boca, en un lento ritmo susurrante, hasta que de repente me dijo: “listo, no se preocupe que usted no va a volver a fumar… ya hablé con la planta”.
No sé cómo explicarles por qué razón tomé ese cigarrillo de marihuana. Su mirada me decía que estaba diciendo toda la verdad y que debía confiar… e irresponsablemente lo encendí. Una bocanada de un maravilloso humo entró por mi garganta y fue revivir tantos años de fumador. Exhalé feliz como si hubiera calmado la sed. No tosí (como generalmente lo hacen quienes la fuman). Volví a aspirar y pasé el cigarrillo a la persona de al lado. Cada uno hizo lo mismo hasta que regresó a mí convertido en uno nuevo y así sucedió toda la noche. El indígena me miraba vigilante al tanto que mi cuerpo comenzaba a sentirse diferente; mi velocidad interior mermó, me pareció estar en una cuenta regresiva hasta un punto en el que conecté con algo: una extraña conciencia sobre el cuerpo me llevó a escuchar por primera vez las pulsaciones del corazón, el bombeo de la sangre… la tensión de los músculos… no era un consumidor el que veía, era mi espíritu el que observaba…
El chamán hablaba a los presentes sobre lo valioso del ser humano, de cada parte de nuestro cuerpo, de cómo debíamos cuidarlo y respetarlo y que aquello que hacíamos (recuerden que estábamos con adictos a las drogas) no tenía sentido en tanto nos esclavizaba. Habló sobre el respeto con el que en su comunidad se consumía la marihuana y lo triste que era ver cuando la fumaban por un supuesto placer, por un mareo sin trascendencia espiritual…
Preguntó a cada uno lo que iba sintiendo y cada respuesta fue diferente; alguien dijo: “siento pánico” y comenzó a gritar estregándose la cara, halándose los pelos de la cabeza y mirándonos con furia… todos lo observamos inmutables, en calma, imperturbables. El chamán solo dijo “tome el control… usted es el que dirige la experiencia… usted es el piloto de su vida, cálmese, conozca su parte oscura, ilumínela” y tras un instante, se calmó. La verdad, no sentí miedo por lo sucedido, pero sí cuando llegó mi turno…
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