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Aunque está consagrado en el artículo 1 de la Constitución de 1991 que “Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y la prevalencia del interés general”, la realidad presenta una situación diferente.
La división de la sociedad en clases estimula la discriminación y es caldo de cultivo de la desigualdad, con diferencias abismales entre el círculo de poder que lo tiene todo y la mayoría de la población, sometida a los vaivenes de un ingreso por debajo de lo que requiere.
La desigualdad afecta derechos fundamentales como la vida, la salud, la educación, la recreación y otros beneficios que le dan solvencia a la dignidad humana. A las malas condiciones que son predominantes en la existencia de los colombianos hay que agregar crisis explosivas como los crímenes de exterminio de los líderes sociales y de dirigentes de las corrientes políticas de oposición, o defensores de los derechos humanos, la corrupción al por mayor, la penetración política del narcotráfico y el crecimiento de la pobreza, con todas las encrucijadas que produce.
El país no puede seguir en ese desbarrancadero y ya es tiempo que los ciudadanos tomen conciencia de los problemas que no han sido capaces de solucionar los que han gobernado a Colombia. Es hora del relevo de dirigentes dedicados al enriquecimiento ilícito mientras retumba el hambre en millares de estómagos. También hay que sacar al país del laberinto del odio y de la peste de la mentira, con la cual buscan contener los cambios que se hicieron prioritarios.
La elección de Presidente el 29 de mayo tiene que ser la expresión de una voluntad colectiva de dejar atrás toda la escoria política para entrar en una etapa histórica de renovación, a fin de darle a Colombia la dimensión democrática que la sustraiga de tantas frustraciones. Hay que cerrarle espacios al autoritarismo, a la intolerancia y toda forma de represión o de mordaza.
Los malos gobiernos han puesto a Colombia en un nivel de atraso. Se les acabó el tiempo, pues más de lo mismo sería una dosis tóxica.
*Puntada*
La política en Colombia debe dejar de ser una diatriba de agravios y convertirse en un ejercicio de las ideas, de la verdad y la decencia. Sobran las bodegas destinadas a las ‘jugaditas’ tramposas y perversas y las versiones amañadas cargadas de picardía.
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