PUBLICIDAD
En la Enciclopedia Hispánica se enseña sobre la política: “En su acepción más general, la política se refiere al fenómeno de poder, entendido éste como la capacidad que un individuo o un grupo organizado tienen de ejercer un control imperativo sobre la población de un territorio, en última instancia mediante la fuerza. El concepto de la política se define en tres sentidos básicos: como lucha por el poder, como conjunto de instituciones por medio de las cuales se ejerce el mismo y como reflexión teórica sobre su origen, estructura y razón de ser. Aunque el ejercicio del poder tiende a justificarse como solución necesaria para regular el orden y la justicia en el seno de la sociedad, el recurso de la fuerza, inherente a todo poder político, indica la presencia de intereses antagónicos y conflictos sociales que obligan a los gobernantes a emplear la coacción para favorecer opciones determinadas”.
Bajo esa diversidad de convicciones la política se ejerce conforme a intereses o principios de quienes tienen el manejo del poder. Y son diferentes las visiones. Van desde el autoritarismo con empleo de la represión hasta el reconocimiento de la democracia con beneficios colectivos.
Los que se aferran al manejo de la fuerza generalmente quedan atrapados en los laberintos de la violencia y hacen desgraciados a sus gobernados. Ese entramado conflictivo tiene consecuencias devastadoras en el desarrollo económico y social. Genera pobreza y lleva a l extinción de posibilidades que pueden enaltecer la existencia humana. Predomina la mezquindad y los beneficios no alcanzan sino para la llamada mezquina nómina de privilegiados.
En Colombia la política no ha servido precisamente para la construcción del Estado que le garantice satisfacciones a los gobernados. En 200 años la nación formada acumula graves problemas y una violencia desmedida. La llamada institucionalidad está en saldos negativos y los que han gobernado son permisivos con los descalabros. El llamado crecimiento de la economía que se pregona representa apenas beneficios para unos pocos. Todo es deficitario y en vez de crear condiciones de bienestar para todos se radicaliza la oposición a los cambios propuestos y entonces la política pierde su finalidad de engrandecer a la nación.
Pero Colombia no resiste más una política de negaciones recurrentes, la cual también afecta a quienes han sido actores indolentes.
La paz es una prioridad fundamental, como debe ser la erradicación de la corrupción. Al país tampoco le cabe más desigualdad. La democracia no puede seguir siendo letra muerta. No bastan con unas elecciones irrigadas de dineros de procedencia ilícita.
Una nueva etapa de la nación debe involucrar el predominio de políticas que tracen nuevos caminos. Los actores de la violencia, todos, deben tomar conciencia de que se les agotó el recurso de la barbarie y lo que sigue es la democracia en su más efectiva expresión.
El problema de la violencia en Norte Santander debiera convocar a todos los sectores a una acción de paz generalizada.
Comentarios