Los sueños de la frontera

Hace diez años visité por primera vez el pueblo de McAllen al otro lado del Río Bravo. Era una ciudad-refugio de mejicanos que podían trabajar y generar rentas en México, y descansar y educarse en los Estados Unidos.

Para otros era el comienzo del sueño americano, especialmente trabajadores pobres y gentes dispuestas a desarrollar todo tipo de actividades y servicios. Las gentes iban y venían a lo largo de una frontera abierta y generosa.

A este pueblo de mejicanos-americanos se unían otros, a lo largo de un gran valle, como Laredo y El Paso. Entonces la vida era monótona. Era fácil cruzar el espacio vacío que iba de estos asientos humanos a las grandes ciudades de Nuevo México, Nevada, Texas, Utah, California y a los viejos territorios que los mejicanos perdieron en el siglo XIX.


Diez años después muchas cosas han cambiado. Ya no se puede ir y venir como en otros tiempos. Quienes dormían en México y trabajaban en estos lados americanos ahora tienen que quedarse en uno u otro lado de la frontera o dividir las familias.


Los que tienen dinero porque pueden adquirir propiedades en territorio americano para sacar sus familias a sistemas más generosos. Ellas esperan, de tiempo en tiempo la visita de padres y esposos. Los trabajadores mejicanos y centroamericanos que se quedan como inmigrantes ilegales, nunca saben cuando regresarán a ver a sus familias.


Su única opción es ayudar a los suyos a obtener una Visa Americana para que les visiten en el norte. Quienes se legalizan y obtienen sus visas pueden viajar temporalmente a ver a sus coterráneos.


Y en medio de esta lucha del sur por vivir en el norte, están los conflictos que aceleran las ansiedades de las gentes del sur.


La absurda guerra mejicana y su palabrería de anticorrupción, delincuencia e informalidad han contribuido a que muchas cosas cambien a uno y otro lado del Río Bravo.


En el norte aumenta la inmigración y la inseguridad: robos, uno que otro secuestro, gangs y riñas. Pero la tranquilidad aún es sostenible. Solo que ahora los filtros para pasar al norte son cada vez más difíciles lo que hace que todo el valle crezca como si se tratara de una frontera humana de contención del norte contra el sur. Y quienes gobiernan al sur del Río Bravo poco hacen para que sus ciudadanos puedan tener las ventajas sociales y laborales que ofrece el norte.


Los que huyen, ricos y pobres, sabios e ignorantes quieren salvarse, quieren vivir no sólo dignamente sino con oportunidades de realización personal.


Aunque el intercambio comercial es intenso, en tiempos de navidad, crece la presencia mejicana.


Los centros comerciales y los servicios financieros se han incrementado para atender a miles de mejicanos que llegan a comprar prendas de vestir, juguetes y ropa de marca, con tal voracidad que uno se pregunta si las remesas de todos los mejicanos a sus países no se equilibran con los gastos que las clases medias realizan en territorio americano. El capital que llega a México cumple con su función de evitar la catástrofe social y regresa en los bolsillos de otros mejicanos, ansiosos de llevar a sus territorios las muestras y vanidades del sueño americano.

Credito
HERMES TOVAR PINZÓN Universidad de los Andes

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