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En energía hemos tenido buena dosis de ambas recientemente. En la categoría farándula, está la decisión de Francia para reabrir centrales de producción eléctrica a base de energía nuclear y carbón, y el aplazamiento de cierre de otras. Alemania ha decidido regresar a la generación con carbón y nuclear, desde un gobierno socialdemócrata y verde. Camino similar el de Italia y el Reino Unido, en manos de la derecha. Las metas de descarbonización europea, a la punta de un cuerno por el momento.
Rusia es en gran parte culpable de este retroceso por su loca y neoimperial invasión a Ucrania, por el sabotaje de los grandes tubos de transporte de gas al centro y occidente europeos y por su abierta decisión de lograr que los caucásicos pasen un invierno 2022-23 con el más crudo frío en generaciones, para presionar el cese de la ayuda militar al invadido.
El gas que Putin no ha querido enviar a Europa no ha podido ser vendido en otros mercados, como los asiáticos, por razones logísticas e incluso políticas. La UE desató un programa masivo de abastecimiento de gas haciendo que sus reservas estén plenas. Así, el precio del fluido, por las nubes hace un mes, ha tenido en días recientes cotizaciones de cero y hasta negativas en EE. UU, y el viejo continente. Y la irreductible Greta Thunberg hace dos semanas en Berlín, dando marcha atrás, pidió no cerrar las centrales nucleares productoras de electricidad en Alemania. ¡Cómo estará de grave el cotarro!
Las noticias de fondo en materia de energía son también abundantes: primero, EE. UU. creció en el último trimestre alejando la perspectiva de recesión en su economía y aliviando la posición demócrata para las elecciones del mes entrante y para la reelección de Biden. Segundo, el petróleo mantendrá alta su cotización si la recesión es menos evidente. Tercero, Europa va a mantener su política de reservas altas de gas para evitar la dependencia total de Putin y paliar las consecuencias energéticas de la guerra en Ucrania. La demanda gasífera se mantendrá robusta para alimentar el 25 % de la producción mundial de electricidad.
Cuarto, a mediados de este año el mundo contaba con 2.400 centrales que generan con carbón en 80 países y que responden por el 36 % de la electricidad. Entre 2021 y este año se abrirán en el planeta 200 plantas de carbón cada una del tamaño de Hidroituango a plena capacidad, aportando 500 gigawatios a la oferta global. Será en 34 países con intenciones de crecer como China, India e Indonesia, con lo cual la demanda no va ceder antes de 25 años. Sudáfrica llevará sus exportaciones al máximo “para ayudar a salir al mundo de la crisis”. Quinto, Colombia no va a crecer el año entrante.
El precio del carbón entre el 2020 y hoy pasó de USD 50 a USD 450 por tonelada. Ancló al parecer en USD 350. Nuestras exportaciones del mineral este año, aún con el desánimo que produce la improvisada Minminas, llegarían a 37 millones de toneladas y USD 15.000 millones acercándose al petróleo.
¿Hay racionalidad en abandonar desde ya estas fuentes de progreso esenciales para nuestro desarrollo? Gravar altos precios de los fósiles con sobretasas es racional, comprensible y justificable. Pero echar a la basura fuentes de bienestar golpeándonos con el cilicio por pecados ambientales ajenos, no lo es. Lo ético sería que la moratoria de exploración y explotación de energías fósiles en el país comenzara en 2050 y en el entretanto hiciéramos la transición en serio a renovables y a nuevas fuentes de financiación de la balanza de pagos, para poder participar plenamente en los avances y riesgos de este desbocado siglo XXI.
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