PUBLICIDAD
Quién duda de que la tecnología de la comunicación y la cibernética nos ha hecho ciudadanos del mundo, informados, más iguales en el acceso al conocimiento y más libres para escoger con quién hacemos grupo.
Porque la política en el mundo de hoy es distinta a la del siglo XX, reconociendo que ésta ya era muy distinta la manera anterior de hacerla, sea en el siglo XIX, el renacimiento, la Edad Media, Roma, Grecia o Egipto. Aunque en todas las épocas se usó la pasión para encender la política, se apeló al miedo para lograr apoyos, se tergiversó la verdad, se prohibió la tolerancia y se fomentó la división, esos procedimientos resultaban transitorios. Las sociedades regresaban a cierta normalidad en su cohesión y funcionamiento. Las malas prácticas no duraban por siempre. En el siglo anterior fueron remplazadas por una fuerte tendencia a la libertad de pensamiento y de palabra.
La democracia se fortaleció y después de la II Guerra Mundial pareció que había empezado otra “Belle Époque”, sin guerra ni opresión a las libertades.
Pero las redes sociales, desprestigiando sus ventajas enormes, han terminado por hacer permanentes los dudosos recursos esporádicos de la política. Señalaré siete recurrentes elementos nocivos:
1- Nos leemos el pensamiento. La celeridad en la reacción a los hechos de las redes, a los juicios que allí se emiten por personas que podemos conocer o no, pero que son de nuestro grupo, aunque no de nuestra comunidad, nos hace tender a la supresión de todo filtro entre nuestro pensamiento y lo que decimos en redes. La razón le fue dada a los humanos entre otras cosas para analizar debidamente las reacciones a las diferentes circunstancias vitales. Las redes nos desnudan frente al grupo, nos hacen perder el respeto por los demás. Unos dirán que es un avance; creo que es un retroceso imprudente, que termina generando más animadversión que beneficio.
2- El miedo permanente. Las redes han multiplicado la permanencia del miedo en la política. Ya no es el miedo a una idea, a una persona, a un hecho. Es el miedo “in abstracto”. El que se deriva de la frase de Trump “un votante atemorizado es un votante fiel”. De nuevo, la velocidad de las redes hacen de esta herramienta política esporádica, un compañero permanente de la sociedad contemporánea.
3- La intolerancia. Como no sentimos tangiblemente a aquellos con los que interactuamos en redes, expresamos más alegremente y sin razonar los prejuicios derivados de la diversidad humana: sexo, religión, política, arte y enforzamiento de la ley. Solo la tolerancia puede fortalecer la libertad.
4- La falta de ocio. Las redes no descansan. La retadicción es cada vez más común. Los tiempos de su uso, cada vez mas largos y frecuentes. En los jóvenes es dramática la falta de otras maneras de comunicar como la conversación o la escritura. No puede ser bueno lo que no cesa.
5-El odio. En las redes se aborrece mayoritariamente. Como la reacción más fácil y menos racional es la negación, la descalificación, se vuelve lo normal en la interacción virtual. Y en política, odiar es una preferencia aprovechable sin ortodoxias.
6-La crisis de la verdad. La avalancha de información desestabiliza. Pero si reflexionáramos sobre cuánta de esa información es falsa, odiaríamos menos, descansaríamos más, con menos miedo, seríamos más tolerantes y filtraríamos racionalmente nuestros pensamientos.
¿La vía para mitigar los daños de las redes está en la regulación gubernamental? Tal vez no. Probablemente sí en la educación masiva temprana tanto en la familia como en el sistema educativo, sobre sus riesgos y beneficios. Pero dejarlas crecer al azar o al capricho de Musk, es un gran peligro para la estabilidad social de largo plazo.
¡Hagamos región y apoyemos lo nuestro!
Lo invitamos a seguir leyendo aquí
https://digital.elnuevodia.com.co/library
Comentarios