Entre fábulas y vergüenzas

Columnista Invitado

Un día cualquiera un habitante de un pueblo decidió que quería jugarles una broma a sus vecinos.
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Se subió a una montaña y empezó a gritar “viene el lobo; ayuda”. Cuando los habitantes del pueblo se asustaban y corrían, aquel joven se burlaba. Dos o tres veces pasó lo mismo y la situación generó molestia en los demás. Un día, cuando en efecto el lobo llegó y atacó el rebaño de aquel chico, nadie acudió a su ayuda. Esta fábula hoy está más vigente que nunca: en una época donde la tecnología y las comunicaciones son tan accesibles, es común ver a jóvenes y adultos mancillando con facilidad el buen nombre de los demás. El problema es que, por lo general, muchos de los comentarios están desprovistos de evidencias reales y todo se queda en una especie de chisme de pasillo. Precisamente por esto, el día en que en efecto exista algo real, nadie creerá.

La diferencia entre la libertad y el libertinaje está en los límites. Ningún derecho (incluso la vida) es absoluto y siempre puede ser objeto de relativización. La razón: las dinámicas sociales exigen sopesar los deseos e intereses de todas las personas, a partir de la búsqueda de la igualdad material y la justicia social. La libertad de expresión constituye un derecho y, por tanto, puede y debe ser ejercido dentro de los límites razonables. Una cosa es informar, otra es opinar y otra es difamar. Cuando un ciudadano o un medio informa, garantiza al receptor que lo que le comunica proviene de una verificación objetiva. Y cuando un ciudadano opina, ofrece su punto de vista personal sobre una determinada información. Sin embargo, cuando la información o la opinión parten de un presupuesto errado, falso o fraudulento, se difama, y es acá donde la ley contempla consecuencias.

El excesivo uso de las redes sociales ha hecho que la acción de tutela y el sistema judicial sean inoperantes y que haya colapsado. Los jueces de la república están cansados de obligar a las personas a retractarse por comentarios difamatorios, disfrazados de información o de opinión. Precisamente por eso, es que hoy en día cada quien siente que las mentiras flotan con facilidad en el ambiente informativo y que nadie es reprochado. El odio permea el ambiente, producto de las injurias constantes.

Precisamente por esto, es que hoy en día los receptores de la información tenemos una carga adicional: la de corroborar lo que nos dicen. Estamos llenos de pastorcitos mentirosos, que creen que en el ejercicio de la libertad de expresión o de la política todo se vale. Claro, hasta cuando los afectados son ellos; ahí la cosa cambia.

 

Rodrigo J. Parada

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