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Más allá del relato común sobre el papel del Sur del Tolima en la génesis del conflicto armado colombiano, existen también otras historias, conflictos y esperanzas que se construyen desde este departamento. Historias que se tejen no solo desde lo campesino, sino también desde lo indígena. Historias que nos pueden enseñar sobre la organización comunitaria, la agricultura, y sobre por qué no siempre que las drogas se van de un territorio, llega el desarrollo prometido.
Conflictos silenciados y demandas que continúan
Sobre el Tolima se suele hablar de los conflictos agrarios que han sido una constante en el departamento y que han tenido impactos sobre Colombia entera. Estos conflictos se dieron por las grandes haciendas que se asentaron en el departamento,que obligaron a muchos campesinos a colonizar zonas marginales y generaron desigualdades y conflictos agrarios. Jairo Baquero, profesor de la Universidad del Rosario, comenta cómo: “Lo que no se cuenta es que previo a estos conflictos agrarios estuvo el conflicto histórico con las comunidades indígenas que estaban en el Tolima.
El Tolima no era un territorio inhabitado, era territorio indígena, y estas comunidades no solo fueron despojadas de sus territorios, sino que desde ahí han sido invisibilizadas históricamente”. El Tolima es el hogar de comunidades indígenas Nasa y Pijao, quienes a hoy continúan luchando no solo por visibilidad, sino también, por el reconocimiento de sus derechos. Por ejemplo, María Ximena Figueroa, representante de la Red de Mujeres Chaparralunas por la Paz, nos recuerda que solo en Chaparral, existen 12 comunidades indígenas auto-reconocidas, y que a los hombres y sobre todo a las mujeres indígenas, les toca enfrentar constantemente discriminación y desconocimiento.
Una muestra de ello se vive en reuniones con autoridades públicas en las que se perpetúa la idea de un "indígena prototipo" que debe vestir de determinada manera para poder exigir sus derechos. “pero definir desde un Ministerio qué es indígena y qué no, es una vulneración de derechos (...) yo soy mujer y soy indígena, y siempre he sentido que llegar a posicionar ambas cosas es muy difícil”.
Drogas, monocultivos y desigualdad
Otro relato que se da alrededor del Tolima es el de la amapola. La expansión de este cultivo en los años noventa, en zonas como Chaparral, facilitó la gobernanza armada de la guerrilla de las FARC y trajo consigo una respuesta estatal que combinó lucha contrainsurgente y guerra contra las drogas. Andrés Tafur Villarreal, director del Centro de Estudios Regionales de la Universidad del Tolima, subraya el fracaso de las políticas antidrogas en traer el desarrollo a la región: “La promesa de la agenda de políticas antidrogas siempre ha sido que una vez se acaba con los cultivos de uso ilícito, va a llegar el desarrollo. Pero la experiencia del departamento con la amapola nos muestra el fracaso de estos enfoques; porque en el Tolima la droga se fue, pero el desarrollo no llegó.”
Lo que sí queda de estos procesos son afectaciones sociales y ambientales. Como lo recuerda Maria Ximena, las fumigaciones con glifosato causaron daños significativos que aún no han sido reparados, no solo en la tierra y el agua, sino también en las personas: “Varios niños nacieron con discapacidades y malformaciones y eso ni se ha documentado”.
También es clave recordar que el hecho de que un cultivo de uso ilícito no esté en un territorio, no implica que dejen de existir los conflictos y violencias que traen consigo el tráfico y las políticas de drogas. Como en otros departamentos de Colombia, en el Tolima hoy no hay amapola ni coca, pero sí existe una creciente preocupación por el consumo abusivo y la utilización de menores en esta economía ilegal. Erika Ramírez, de la Red de Mujeres de Purificación, resalta cómo ha aumentado el consumo de drogas en los colegios: “En este municipio las mujeres, las madres, tenemos que vivir la ansiedad de no tener con qué sostener el hogar, y ahora también de ver que los hijos están cayendo en el consumo.”
La falta de oportunidades para sostener el hogar de la que habla Erika tiene que ver con las promesas de progreso que no se han cumplido, ni con lo ilícito, ni con lo lícito. La generación de riqueza en el Tolima ha estado centrada en los monocultivos del café y el arroz, y la ganadería. Sin embargo, los resultados de este modelo económico no se han visto reflejados en la distribución equitativa del ingreso, ni en el empleo esperado. En cambio, los costos ambientales han sido claros, especialmente en materia de deforestación. Como nos lo recuerda Andrés, “cuando hablamos de deforestación solemos pensar en la selva Amazónica, pero la deforestación ocurre en todo lado. En el Tolima hemos prácticamente acabado con el bosque seco tropical; pero casi no se habla de esto”.
Estos modelos de desarrollo, traídos desde afuera, han terminado exacerbando problemas ambientales, como las sequías que se ven hoy en zonas como Coyaima y Natagaima. Y a estos problemas se suman los que traen nuevas agendas de desarrollo. Durante las última dos décadas, por ejemplo, se ha fomentado en el departamento la agenda extractivista de la minería de oro a gran escala, la exploración de hidrocarburos mediante fracking y la construcción de grandes proyectos hidroeléctricos. Estas apuestas no han sido construidas escuchando ni incluyendo a las comunidades locales. Al contrario, en algunos casos, los proyectos han traído consigo la estigmatización y la violencia hacia líderes sociales que hanevantado su voz para oponerse a estos modelos económicos que dejan al territorio más daño que beneficio.
Estrategias de solución
Frente a estos desafíos, hay mucho por hacer. Y varias de las soluciones pueden venir desde lo local. Por ejemplo, para enfrentar la deforestación, es clave reforestar con especies nativas, y también capacitar ambientalmente a actores clave para la protección del territorio, como la Guardia Indígena. El Tolima debe apuntarle a su vocación agrícola y a la protección de lo agroalimentario, pero sin poner en riesgo el bosque, y sin concentrar la tierra. ¿Cómo pensar en agendas de soberanía alimentaria y en una caficultura en armonía con los recursos naturales bajo una lógica de policultivo? ¿Cómo pensar en soluciones que ya están ahí, pero hay que recordar, revalorar y escalar? Por ejemplo, promoviendo actividades productivas que se construyan alrededor de saberes e insumos locales, como el totumo, para poder elaborar medicinas, alimentos y artesanías desde lo local. Por supuesto, las soluciones requieren superar la histórica exclusión de las comunidades y territorios indígenas y campesinas del Tolima. La implementación del Acuerdo de Paz puede ayudar en estos retos, pero para ello se necesita avanzar de manera práctica figuras como los PDETs y los PISDA. En instrumentos como estos están las bases para el ordenamiento del territorio, la formalización de la propiedad rural y la construcción de carreteras terciarias que hagan viable otras economías agrícolas en la región.
Estos cambios desde lo social, ambiental y político deben ir de la mano con acciones que nos reconecten con el territorio, porque, como lo señala Erika, “mucho de lo que le hacemos al territorio, por desconocimiento o por desarraigo, vienen de heridas profunda, de muchos años, que hay que sanar. Quizás acá el arte y la cultura tengan algo que aportar”. Como muestra de ello, Erika nos comparte su ilustración “dibujando caminos distintos”.
Coautores: Maria Ximena Figueroa. Red de mujeres Chaparralunas por la Paz; Erika
Ramirez. Maestra en artes plásticas y visuales y Cofundadora de la red de mujeres de
Purificación. Andrés Tafur. Director CERE Universidad del Tolima. Jairo Baquero.
Docente de la Universidad del Rosario.
Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Reimaginemos
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