El problema más serio de Colombia, Centro y Sur América es que lo que sabemos hacer no da para que vivamos tan bien (sabroso, en la actual nomenclatura).
No hace falta un análisis sofisticado para darse cuenta que hay una constante en el cambio climático y que el calentamiento global es una realidad; como también es una realidad, que estamos viendo desplazados por el clima en todo el mundo.
Cuando en el mundo se habla cada vez más de empatía, respeto y transparencia, me parece sorprendente que hoy no solo se gobierne desde las redes sociales, sino que el tono de las decisiones es autoritario y radical.
Escozor generó en la comunidad nacional lo ocurrido en Bogotá, específicamente en una ruta de Transmilenio, donde un sujeto abusó sexualmente de una menor de edad que tuvo que denunciar lo ocurrido a través de las redes sociales. Por supuesto, en pocos instantes la situación se viralizó y el país entero exigió actuación inmediata de las autoridades. Menos de dos semanas después un juez ordenó la captura de Juan Pablo González, supuesto autor de la conducta denunciada, y posteriormente otro juez ordenó su detención en un establecimiento carcelario. Hasta acá, debemos resaltar la pronta atención de la Fiscalía y de la judicatura; no es común que en tan poco tiempo se logre una vinculación formal del denunciado.
El problema de la idea de progreso está en lograr un acuerdo en lo que es “avanzar”. Por esto, unos han identificado el progreso con el avance del saber y la virtud; otros, con la expansión de la libertad individual, el crecimiento económico y el dominio sobre la naturaleza; otros, con la capacidad de forjar hombres nuevos a través del poder político, etc.
Cuando se trata de asuntos vitales para el desarrollo las noticias son de dos clases: las faranduleras, que atraen atención, resuenan y dan de qué hablar a iluminados e incultos. Las de fondo, relegadas a segundo plano pero que si tuvieran una pizca de análisis, informarían las decisiones que deben tomar personas, empresas y gobiernos.
Por alguna extraña razón, me agrada caminar por la carrera Séptima de Locópolis. Es una misteriosa combinación de un pasajero sosiego de las tensiones cotidianas con la sensación de igualdad que induce el anarquismo del centro de la ciudad. Allí es posible encontrar ‘almacenes ambulantes’, mientras decenas de locales se arriendan o se venden. Avisos que se repiten por toda la ciudad como una confesión entre el atolladero económico y la desesperanza.
Ha hecho carrera la idea de que los países desarrollados se enriquecen a costa de nosotros. En particular, que el éxito de los EE. UU. se fundamenta en el fracaso de América Latina.