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Traigo esto a colación a propósito de la reciente columna de Daniel Coronell en Los Danieles en la cual cuenta la historia de un legendario autorretrato que el pintor Alejandro Obregón le regala a Gabo, después de haberlo perforado a tiros, y que más tarde el mismo artista lo restaurará en la casa del escritor en Ciudad de México, días antes de ganarse el premio Nobel de literatura. Una anécdota redonda de la que vale la pena contar el prólogo.
Muchas cosas pasaron en el gobierno del héroe de Duque, siendo de las más recordadas la violación sistemática de los Derechos Humanos por cuenta de las fuerzas militares a las que el “Estatuto de Seguridad” les había dado incluso funciones judiciales. Fueron tiempos de detenciones masivas y arbitrarias, juicios sumarios sin garantías judiciales y muchas torturas. El ambiente de persecución política generalizada llevó incluso al cierre de la Revista Alternativa, fundada en 1974 como órgano de periodismo independiente en la cual García Márquez había aceptado participar “a regañadientes” como cuenta Enrique Santos Calderón. Para comienzos del 81 la cacería de brujas sumaba una larga lista de allanamientos y detenciones de políticos, académicos, e intelectuales como Orlando Fals Borda, el poeta Luis Vidales o la pianista Teresita Gómez.
En ese ambiente de persecuciones y crispación, el miércoles 25 de marzo de 1981 Gabo recibe unas llamadas anónimas alertándolo de su inminente detención para “interrogarlo” sobre su cercanía con Fidel Castro y el accionar del M-19, hecho que es confirmado por varios amigos que lo visitan esa tarde con la misma noticia. Visiblemente afectado, apenas llega su esposa Mercedes del mercado salen hacia la embajada de México, donde la embajadora les dice que no les pueden dar asilo porque no se ha hecho pública la orden de detención de las fuerzas armadas. Pero la decisión de salir del país está tomada, e incluso le da aviso al canciller Lemos Simmonds con quien tenían una cita el lunes siguiente para hablar del tema cubano a través de su amiga, Gloria Zea, la exesposa de Botero y a la postre directora del Instituto Colombiano de Cultura.
La noticia del posible arresto y su inminente salida del país se filtra rápidamente y la embajada es acechada por periodistas que esperan el desenlace. Esa noche, acompañado por la embajadora de México como única protección, Gabo y Mercedes van al aeropuerto y suben al avión en medio de policías y periodistas a los que abraza y sonríe. Nunca más volverá a vivir en Colombia. En ese avión van con ellos las pocas cosas que llevarán a su exilio, recogidas de su casa por Gloria Valencia de Castaño: cinco maletas con ropa, su máquina de escribir y como una única pertenencia de algún valor, el cuadro que Obregón ha dañado a tiros.
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