El milagro editorial

Darío Ortiz

Con los ahorros de sus escasos sueldos de maestros normalistas, dos jóvenes escritores reunieron algunos cuentos de su autoría y a falta de un editorial bogotano que les diera la oportunidad de ser leídos, decidieron financiar la publicación de un libro que llamaron “Las primeras palabras”. Tres mil ejemplares que vendieron mano a mano en una ciudad que carecía de librerías y donde escaseaban incluso los estantes para guardarlos en las casas; porque la lectura podía interrumpir el letargo de la larga siesta comenzada en la colonia, al ritmo de pasillos y bambucos. A esa ópera prima de los hermanos Pardo, Carlos Orlando y Jorge Eliécer, les siguió otro libro de cuentos de Eutiquio Leal, autor veterano que ya había publicado y de Germán Santamaría que se perfilaba como uno de los grandes cronistas de Colombia. Luego vinieron más libros de cuentos, de poesía y novelas, muchas novelas, entre biografías y libros de historia y de arte.
PUBLICIDAD

Pronto se supo en toda Colombia que en Pijao Editores, como llamaron esa iniciativa, los hermanos Pardo estaban desafiando a la hegemonía del imperio editorial bogotano. Imperio que descabezaba noveles escritores con la guadaña materialista de un éxito comercial que ningún escritor joven podía garantizar. Desde La Guajira hasta Nariño, pasando por Barranquilla, Manizales, Neiva, Cali, comenzaron a desfilar los escritores y los intentos de escritores, en la búsqueda de ese editorial alternativo y contracorriente, que a su cuenta y riesgo estaba publicando únicamente basado en su gusto por la literatura. Sobre el escritorio de Carlos Orlando se amontonaban los cartapacios de obras inéditas, esperando cautivar a los Pardo o a Héctor, Benhur, Jackie o al joven hijo de Carlos Orlando, que poco a poco fueron convirtiéndose en el consejo editorial, cazadores de gazapos y correctores de ortografía y gramática. Los títulos de pronto llegaron a cien, a quinientos y los años fueron sumando mientras que otros editoriales con grueso pulso financiero nacían y morían, en tanto las publicaciones de Pijao, casi de manera underground, se infiltraban en la cultura y llenaban las bibliotecas de los pueblos, cuando al fin se dieron cuenta que los libros remplazaban las armas, porque en aquel entonces se necesitaban las dos manos para leer. Un título aquí y otro allá cautivó a profesores de literatura que leían en voz alta los delirios de amor e imaginación de cientos de voces, cuya creatividad contaba mil veces la historia del pueblo. 

Pasaron de ochocientos los títulos, que sumaban más de un millón y medio de ejemplares, y también desfilaron por sus páginas reconocidos escritores que republicaban sus éxitos, y se hizo el inventario de la cultura tolimense y comenzaron a coeditar con el editorial español Sial Pigmalión. Todo hecho desde ese pueblo, que hace mucho tiempo un viajero francés, sin otro piropo posible a un caserío insignificante de casas y calles de barro, bautizó como la Ciudad Musical. Es así, casi sin música y sin plata, en una tierra donde se pinta, se escribe, se narra, pero donde sólo ven a los músicos del Conservatorio, porque ni a ellos escuchan, donde ha sucedido el milagro del editorial alternativo más prolífico y veterano de Colombia, que cumple 50 años. Y que lo celebra, como siempre, en la Feria del Libro bogotana, lanzando libros nuevos.




 

¡Hagamos región y apoyemos lo nuestro! 

 

Lo invitamos a seguir leyendo aquí 

 

https://digital.elnuevodia.com.co/library

 

Darío Ortíz

Comentarios