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Esa alternancia es considerada por los teóricos requisito indispensable de la democracia, porque impiden el enquistamiento de poderes hegemónicos y totalitarios.
El apego al poder de una determinada élite gobernante, que evita la alternancia, agranda las dificultades políticas y socioeconómicas de su visión de gobierno. Por acertados que hayan sido los dirigentes del pasado, en política y economía, muchas veces lo que fue solución a un problema puede terminar siendo parte del problema. En nuestra propia historia estos ejemplos abundan porque hemos vivido de hegemonía en hegemonía, planteadas inicialmente como solución y luego parte del problema.
Cuando el gobierno de Rafael Núñez ganó la guerra civil de 1885 y declaró que había dejado de existir la constitución liberal de 1863, para entonces un modelo fallido, permitió la consolidación de un régimen que impidió la alternancia democrática durante 45 años seguidos, retrasando con su visión conservadora la modernización de los modelos sociales, económicos y educativos. Periodo llamado la hegemonía conservadora que fue remplazada luego por la República liberal, que, si bien promovió la industrialización, la educación liberal, la libertad de culto, los derechos de las mujeres y consolidó las propuestas económicas de la Misión Kemmer, fue una hegemonía por 16 años. La confrontación entre liberales y conservadores reacios a ceder el poder y bajo el temor de la hegemonía opuesta condujeron al país al baño de sangre de la violencia.
El posterior Frente Nacional, que repartió durante 16 años equitativamente la burocracia fundiendo el bipartidismo en una sola casta gobernante, fue el inicio de una hegemonía que impidió la consolidación de visiones políticas diferentes, al menos hasta el surgimiento del pluripartidismo tras la Constitución del 91. En este siglo el triunfo de Álvaro Uribe y el acierto inicial de sus políticas, permitieron el surgimiento de la más reciente hegemonía, que como las anteriores, ha impedido la sana alternancia con ‘patas’ y manos, pese al evidente fracaso actual de la mayoría de sus políticas económicas, sociales e incluso de seguridad, la gran bandera tras la cual han usufructuado el poder. Por donde se haga el análisis se revelará que la mayoría de las soluciones de hace 20 años, hoy hacen parte del problema.
El que Colombia trate de cambiar el rumbo para paliar las dificultades que no ha podido resolver la última hegemonía, y que nos tienen en una crisis social sin precedentes en nuestra historia, es lo que está en juego en estas elecciones. Unos paños de agua tibia no van a resolver todo lo que se agudiza día tras día. Desde siempre cada elite gobernante ha dicho que la democracia está en peligro cuando ve amenazado su poder, pero el verdadero peligro siempre ha sido el impedir, a sangre y fuego, la sana alternancia democrática.
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