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He pensado muchas veces en esa pintura estos años que hemos visto salir a la luz pública verdades desnudas y descarnadas sobre el conflicto colombiano. Verdades que muestran a una sociedad aletargada que ha permitido el uso y abuso de la violencia para fines mezquinos, con argumentos banales, en una espiral de demencia que parece no tener fin.
Lo que sí llegó a su fin fue el mandato de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, producto de los acuerdos de paz con las FARC, que tras un invaluable trabajo de varios años, recopilación de información documental y miles y miles de testimonios, nos deja unos libros con información escalofriante, que muestran hasta qué punto puede llegar a ser de abyecta el alma humana. Publicaciones que desde antes de terminar de escribirse ya tenían grupos de detractores negando lo que iba a contener, porque como dice el escritor español Javier Cercas: preferimos la ficción a aceptar la realidad.
Aunque los hechos de violencia fueron perpetrados principalmente contra civiles y en ellos participaron todos los actores armados tanto ilegales como legales, un sector de la política planteó inmediatamente la necesidad de elaborar su propio relato de la verdad que esperan volver una cartilla de fácil acceso. No hemos podido digerir el trabajo y las conclusiones de la Comisión de la Verdad y ya nos amenazan con un contra-relato, con la clara intención de enturbiar esa verdad que hoy sale del pozo. Parece increíble, pero no sorprende, que aún hoy haya quienes pretendan disminuir y restarle importancia a los crímenes de algún bando, a los que han financiado la guerra y promovido las diferentes formas de violencia.
Contaba el mismo Jean-Léon Gérôme en un texto, que su obra la hizo producto del impacto que había producido en la sociedad la aparición de la fotografía, que nos hacía ver y fijarnos en cosas que de otra manera ignoraríamos. Pero hoy sabemos que hasta las fotos se alteran fácilmente, como las tantas falsas que ahora circulan donde incluso ponen al padre De Roux con armas en la mano, vestido de guerrillero o intimando con delincuentes, tratando de destruir y deslegitimar su enorme trabajo e incalculable legado al frente de la Comisión de la Verdad. Desde aquí mi más profundo agradecimiento a él y a todos los comisionados, pues no hay leyenda, ni mito, que logre volver a meter a la verdad dentro del pozo, una vez que ha salido a la luz.
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