Una historia de horror que superó la ficción

Ricardo Ferro

No es fácil digerir la noticia que se produjo esta semana en Ibagué y que dio la vuelta al mundo: que la Fiscalía detuvo a 10 personas por los múltiples abusos y maltratos a que habrían sometido a niños “en una fundación prestadora de supuestos servicios de atención a menores con discapacidad mental psicosocial”.

Según el fiscal Mario Gómez, “fueron durante mucho tiempo amarrados a sus camas, se les suministró droga para facilitar un control supuestamente terapéutico sobre ellos y evitar actos de indisciplina. Fueron sometidos a doctrinas militares ante cualquier circunstancia, como no comer o como comerse las uñas (…). Los obligaban a hacer sus necesidades fisiológicas bajo los amarres, vivían o convivían con ellos bajo tortura” y lanzaban sopa caliente a sus rostros.

Para este caso solo se puede utilizar una palabra: bellacos. Bellacos y miserables, porque en cabeza de quién puede caber la posibilidad de que se le haga daño a un niño, máxime cuando tiene discapacidad. Bellacos porque hicieron más ruines las vidas a esos pobres niños. A esos menores ya nadie les curará los traumas que les fueron ocasionados. Paradójico resulta que esta noticia de horror se hubiera revelado en un octubre.

Siempre hemos visto este mes como el de los niños. Siempre se nos enseñó que había que disfrazar las casas con duendes y brujas para -en apariencia- asustar a los chiquillos, para que primero pongan cara de perplejidad y luego rían cuando les contamos las “leyendas de horror” de esas “brujas”, que, a decir verdad, son sus amigas.

Por fortuna no habrá más monstruos reales para esos niños. Enhorabuena intervinieron policías y fiscales para acabar con una historia de horror que superó la ficción. Con lo sucedido, seguro les embolataron lo más valioso y bello que les le dio la vida al nacer: la ingenuidad.

En este espacio siempre hemos sido y seremos defensores de los niños. En ellos está representado el ahora y el mañana. Pero, ojo, lo que sucedió nos invita obligatoriamente a reflexionar sobre si siempre estamos haciendo lo correcto con nuestros pequeños. Da pena decirlo, pero la respuesta es sí pero no del todo.

Me explico con una pregunta: ¿se ha hecho lo suficiente por las decenas de menores que a diario deambulan por Ibagué, es decir, por los llamados niños de la calle? Desde luego que no. Ha existido indolencia frente a ellos. Muchas veces ni son determinados. Y la ciudadanía debe ser más exigente con las autoridades para que se comprometan realmente con ellos.

Es que un niño cuyos días y noches transcurren en las calles de la ciudad, sin duda, vive en una singular ‘casa del horror’, y por lo mismo, su existencia jamás será equiparable a la de aquellos que están bajo techo, acceden a una alimentación adecuada y van al colegio.

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