Pero lo cierto es que si bien el Gobierno Santos replanteó algunas de las políticas de su antecesor Álvaro Uribe y puso al país en un rumbo más democrático, todavía los problemas de mayor peso no han recibido el tratamiento adecuado que le ponga fin a tantas situaciones de inequidad. A los buenos propósitos de las leyes de reparación a las víctimas del conflicto armado y de restitución de tierras se le atraviesan resistencias de grupos retardatarios beligerantes con capacidad de poder. A la meta de paz anunciada con tanto énfasis le salen al paso contradicciones propiciadas y consentidas por ministros que parecieran disentir de su propio jefe como es el caso del titular de la cartera de Defensa. O mientras se acuerdan correctivos a la estructura de la propiedad de la tierra y la explotación del campo, salta la liebre de la dudosa apropiación de predios que correspondían a familias campesinas por parte de empresarios con privilegios aberrantes, lo cual recibe la tácita aprobación de un Ministro de Agricultura proclive a la complicidad. Como lo hizo con Agro Ingreso Seguro en tiempos de Uribe.
La inconformidad y las protestas de las últimas semanas no son una apuesta de vándalos, aunque algunos con ese ímpetu se hayan colado en la movilización de sectores populares, sino la expresión de colombianos a los cuales se les agotó la paciencia de la espera de promesas que no se cumplen, igual que en el cuento “El coronel no tiene quien la escriba”.
Las locomotoras de la prosperidad no arrancaron o lo hicieron a un ritmo lento e intrascendente.
Con esa acumulación de frustraciones crónicas, de pasividad ante urgencias sentidas, de recurrentes necesidades insatisfechas en sectores marginales, de pobreza extrema reconocida en lacerantes carencias cotidianas, de exclusiones con arrogancia clasista, es imposible pedirle calma a los damnificados. Y si a ese tejido de desgarramientos se le suma la negación de la realidad, las cosas tienden a enredarse.
Si el Gobierno tiene como meta la prosperidad, si su empeño es sacar a los colombianos del infierno de la violencia y crear condiciones democráticas que hagan transparente el ejercicio de la política y le infundan a la economía una dinámica que propicie la redistribución de la riqueza y haga del Producto Interno Bruto un recurso de bienestar general, tiene que ajustar su gestión a esos fines y evitar caer regresiones o en la reedición de políticas que ya probaron su inconveniencia.
Los cambios en el equipo ministerial del presidente Santos tienen que generar un aire renovador. Hay que recuperar el tiempo perdido. Hay que desmontar los factores de atraso o liberar al país de las corrientes nocivas que promueven quienes se han movido desde el poder con ínfulas de privilegios a costa de la democracia y de la paz.
Santos tiene que darle a la prosperidad los contenidos de gobierno que la hagan realidad y no la ofrezcan como una ficción más de la demagogia oficial. Puntada
Gustavo Álvarez Gardeazabal, Harold Alvarado Tenorio, Alberto Salcedo Ramos, Carlos Duplat, Gerardo Reyes Copello, Alfredo Molano, Gustavo Bolívar, Migue Ángel Flórez Góngora, Miguel Torres, Alonso Sánchez Baute, Juan Manuel Correal y Margarita Posada, quienes fueron invitados especiales de la Fiesta del Libro de Cúcuta, le dieron a este evento un nivel de prestancia y calidad de gran aliento.
El presidente Juan Manuel Santos está con el sol a sus espaldas. Ya entró en la cuenta regresiva de su mandato y los resultados de su gestión de Gobierno muestran indicadores negativos, aunque las cuentas oficiales ofrezcan una medición diferente, para hacer creer que todo es positivo.
Credito
CICERÓN FLÓREZ MOYA
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