La pérdida de influencia en la opinión nacional, la perspectiva de un alejamiento del poder cada vez mayor y por consiguiente, la sensación de derrota en las elecciones del 25 de mayo le intensifica las tentaciones al ala más enconosa de oposición al Gobierno, representada en el uribismo y su Partido Centro Democrático.
Eso explica las maquinaciones que se han montado con la finalidad de enredar el proceso electoral. El espionaje telefónico, las injurias de Fernando Londoño, los marrulleros trinos, más las declaraciones de agravio del expresidente Álvaro Uribe, las acrobacias programáticas del candidato Óscar Iván Zuluaga y todas esas muestras de falta de rigor ético en las estrategias de campaña, son la radiografía de una crisis que parece haber tocado fondo en el grupo que en conjunto ellos lideran.
Es la expresión del envalentonamiento de una derecha enconosa ante la posibilidad de un acuerdo de paz con la guerrilla tras medio siglo de confrontación armada y las frustraciones y los sufrimientos que esa situación le ha dejado al país. Es la preferencia insensata de la guerra, contra todo lo positivo que puede ser la erradicación de tanto odio, ese que se convirtió en un mal endémico, en un sentimiento letal, en una corriente arrasadora de la convivencia entre las personas.
Los aportes de guerra sucia en la carrera electoral no son más que leños para la hoguera que consume a Colombia desde el pasado de sectarismo y de inequidad que viene de muchos años atrás. Prolongar esa desgracia es seguir atentando contra la oportunidad que debieran tener todos los colombianos de vivir en una nación libre de tantos desatinos perniciosos.
Desconcierta comprobar que quienes tienen el deber de orientar a la Nación en un rumbo de satisfacciones, decidan ponerla en la cresta de la tormenta, con un egoísmo intencionalmente absurdo para buscar beneficios personales, muchas veces ilícitos. Si bien es cierto que cada ciudadano tiene derecho a profesar las ideas y las creencias que quiera, no es contrario a ello obrar conforme al interés general, o sea, sin causar daño a los demás, sin atropellar al contrario. Es lo que la derecha extremista no entiende. Todo lo quiere resolver “a sangre y fuego”, cerrándole la puerta a otras opciones posibles.
La construcción de una democracia sostenible, con igualdad de posibilidades para todos, con educación, con justicia, con salud, con empleo, con seguridad, con protección ambiental, con reconocimiento de los derechos de la infancia, con erradicación de la corrupción y con un ejercicio de la política donde predominen la decencia y la trasparencia, es la causa que debieran asumir los colombianos.
Es un conjunto de beneficios que puede generar la paz, pues desmontar la confrontación armada, más las violencias que surte y “todas las formas de lucha” que fomenta, es lo que requiere esta nación tan asediada por los demonios de la polarización absurda.
El voto de los electores debe ponerse de ese lado, contra la ceguera de quienes quieren tapar la luz que quede estar al final del túnel.
Los odios de la derecha le cierran al país el camino de la vida.
Puntada: Los responsables de actos contrarios a la ley y la ética en las campañas presidenciales deben tener las sanciones que correspondan a sus culpas.
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