La elección del señor Donald Trump para la Presidencia de Estados Unidos de América está revestida de legitimidad. Es el resultado de una decisión popular y democrática, lo cual no impide que puedan expresarse desacuerdos por las condiciones que se dieron para lograrla y por lo que representa él, según su propio pensamiento y los actos públicos asumidos en su vida.
Trump es una persona de temperamento dominante. Entiende el poder como un instrumento de imposición y aplica su influencia en contra de los derechos de quienes considera le deben subordinación. Es racista y excluyente. Mide a los demás con su vara de potentado y está inmerso en prejuicios de clase y de machista acérrimo. La inteligencia le sirve de soporte del despotismo con que maneja los intereses de sus empresas o de cuanto emprende para fortalecer sus ambiciones.
Las pretensiones de Trump de levantar un muro en el paso entre México y EE. UU. para bloquear la entrada de inmigrantes , sus resentimientos contra los mexicanos y el resto de la humanidad que no está en sus afectos de xenófobo, hacen parte de su agenda política y no es descartable que lo acompañen en su mandato, no obstante la variación del tono de su discurso tras su triunfo en las elecciones del pasado martes.
Los asesores de Trump están hechos para estimular sus empeños de depredador de la democracia. Son cipayos a la medida de las ínfulas de su jefe. En su repertorio de oficiantes del dogmatismo de derecha están metidos todos los fantasmas con los cuales quieren asustar a los incautos. Buscan que el mundo retroceda a su antojo para el predominio de la nueva inquisición diseñada al gusto de un capitalismo dispuesto a desempolvar las insignias nazistas pautadas en función de esa operación.
En sus propuestas de campaña y las posturas asumidas en los debates con su contendora demócrata Hillary Clinton, Trump mostró el cobre. Puso a prueba su capacidad de procacidad política. Hizo uso de la mentira y de la ofensa personal. No le importó condimentar su propaganda con insumos propios del insulto. Una especie de guerra sucia de intención perversa. Como lo hicieron en Colombia los partidarios del No en el plebiscito.
Son todos esos episodios los que retratan a Trump y generan una visión siniestra de su ascenso al poder en Estados Unidos. Siniestra en cuanto encarnará lo contrario de los avances democráticos que se han dado en esa nación, a pesar de las corrientes retardatarias que han alimentado la noción de una potencia imperialista que mira el mundo con codicia y ánimo belicista.
Por eso se llega a la conclusión de que la elección de Trump es una equivocación histórica del pueblo estadounidense. Como fue otra equivocación letal el respaldo de los alemanes de Hitler. O como ha ocurrido en otros períodos de confusión de los pueblos en la escogencia de sus mandatarios. De lo cual no está exenta Colombia en el inmediato pasado.
Puntada
Y no le faltan a Trump seguidores en Colombia, hasta el punto de que algunos se entusiasman con la posibilidad de su oposición al acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc y la cercanía ideológica entre él y el senador Álvaro Uribe.
Comentarios