Entre lo mucho que le debemos a nuestros aborígenes, tenemos lo esencial que fue y ha sido para ellos la armonía con la naturaleza, algo que significa utilizarla, cuidarla y preservarla. Si el grupo talaba un lote de monte para cultivar, lo dejaba en descanso hasta que se recuperaba totalmente, así fuera necesaria la resiembra. La protección de las fuentes hídricas hace parte de sus credos y obligaciones tanto como sus ofrendas a la Pacha Mama o la Madre Tierra.
Desafortunadamente ese concepto de armonía ha ido desapareciendo por las exigencias del mercado y el consumo que mueven la economía global. Esta funciona sobre la base de enormes utilidades y las tiene que lograr así sea sacrificando el medio ambiente y la vida, no solo del ser humano. El mercado, ahora globalizado, se convirtió en la máxima autoridad y puede hacer en los países no desarrollados lo que les venga la gana con la genuflexión de sus gobernantes.
Las transnacionales de semillas y agroquímicos marcan la línea en el sector agropecuario del país. Las transnacionales del oro asolaron varios municipios del Cauca, Valle, Antioquia y Chocó, entre otros; destruyeron su cultura y su tejido social, dejaron miseria y se llevaron las utilidades. Ahora consideran que tienen la soberanía sobre La Colosa, Cajamarca y la zona que cubre Santurbán. Los habitantes, las demás especies, toda la biodiversidad y las autoridades de los municipios, les importa un carajo, porque su misión nada tiene que ver con el bienestar de los colombianos que se han visto o verán afectados. Solamente les interesa el dinero.
Y los ministros encargados del asunto, como es normal en estos casos, se hacen los pendejos y nada dicen sobre los daños sociales ambientales. Flora, fauna, y fuentes hídricas afectadas, tanto como la producción de alimentos y nuestras autoridades desentendidas para no disgustar a los amos del mercado. Basta ver la actitud del minambiente Murillo, sobre quien se tenían muchas expectativas, por su formación y por provenir de uno de los territorios más expoliados por la minería.
Todos somos responsables del daño que se le hace a la naturaleza y a las futuras generaciones, nadie lo niega, pero los gobiernos han concentrado su política en señalar que los culpables del desastre somos todos por usar bolsas y no porque no existe una política pública fuerte en defensa del medio ambiente. La tala sin control de los bosques que es alarmante en la Amazonía no tiene autoridades que traten de controlarla. La contaminación de los ríos, no tienen freno, ni dolientes. La Sierra Nevada de Santa Marta se está quedando sin ríos y sin quebradas. Las grandes ciénagas han sido víctimas de ambiciosos que hacen crecer sus propiedades sin importar el daño a los pescadores y a los pequeños agricultores.
Ya no se hacen escándalos por el derrame de petróleo, porque es responsabilidad de Ecopetrol -la empresa que nos Reficarrió- y no por los insurgentes. Es por esto que no hay fotografías, ni ofrecimiento de recompensas, ni responsables a la vista a pesar que el daño ecológico es más grande que todos los derrames de origen guerrillero.
La reserva Galilea, entre Dolores, Prado, Alpujarra, Villarrica y Sumapaz sigue siendo víctima de depredadores extractivistas, de contrabandistas de maderas, de minería ilegal y de ladrones de tierra sin que los gobiernos intenten defender dicha reserva o le brinden la mano a quienes tratan de defenderla, como los habitantes de Dolores. Claro, que, como en todos los conflictos de tierras, siempre hay poderosos sacando provecho. Y Galilea no podía ser la excepción: Álvaro y Enrique Gómez Hurtado fueron de los que llegaron con agrimensor a medir lo que luego fue de su propiedad en esa reserva. Los aventureros de ahora, son de otro pelambre pero llegan a hacer lo mismo con la genuflexión de las autoridades y la impaciencia de los campesinos que se están mamando de las incitaciones a reaccionar.
No es curioso ni fortuito que en la actualidad estemos masacrando defensores de los derechos humanos y de la tierra de los desplazados violentamente. Es como un ciclo que no se frena y vuelve a golpear al aborigen que nos enseñó la importancia de la armonía con la tierra. Nuestros indígenas siguen siendo perseguidos por ladrones de tierra, por extractivistas y racistas. Lo estamos viendo en los territorios que Quintin Lame recuperó para sus hermanos. Dicen que hay instituciones y ministerios responsables del bienestar de los aborígenes y de la defensa del medio ambiente. Pero hasta ahora no se han dejado ver.
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