La primera demostración de la importancia de la cultura en un proceso de conciliación la dio Ibagué con el Festival Folclórico, un evento realizado teniendo en cuenta lo mejor de las manifestaciones de cultura popular y el civismo de los tolimenses, evento iniciado en 1959, en plena violencia. Un manto de pétalos sobre el tapete de sangre que cubría al Tolima y una demostración de alegría colectiva y de solidaridad. Se presentaron las mejores agrupaciones folclóricas de los municipios y del país, gracias a las gestiones de colaboradores desinteresados que sabían para dónde iban. Todo bien hasta que se metió la politiquería, la comercialización, la improvisación, la ‘traquetiada’ y las cuentas raras. Los resultados se padecen.
Dicen los especialistas que frente a la globalización, en términos de turismo, los pueblos que se salvan son los que conservan su autenticidad, sus tradiciones, su identidad cultural y su sentido de pertenencia. Es algo que va en contra vía con la improvisación, el espectáculo no folclórico, la lobería traqueta, la comercialización de la fiesta popular y la corrupción
Bueno sería mirar la conveniencia de retomar los objetivos originales del Festival Folclórico, especialmente en el momento actual en que la cultura trata de cumplir su papel en el proceso de paz. Tocará dejar de lado intereses no culturales, unir esfuerzos y convocar al pueblo a luchar por lo nuestro, y darnos un abrazo berracamente tolimense para rescatar nuestro folclor, máxima expresión de cultura popular. Lo que está pasando hoy con el Festival Folclórico se puede comparar con lo que le pasó a unos amigos que cuando caminaban hacia el horno a sacar los bizcochos, se dieron cuenta que no habían prendido la candela ni armado los bizcochos porque no sabían cómo se hacían. Disculpas van y vienen. Y usted no compró la cuajada… porque no tenía plata… y la leña pa’l horno?... No la fiaron porque se les deben varios jotos… Eso pasa por no pensar en la caja antes del entierro, por no planificar ni ser claros con las cuentas, por comprar los bizcochos en otra parte donde se llevan la plata y esconden las cuentas. Nos quedamos sin los bizcochos y, al paso que vamos, sin Festival Folclórico y no por “la falta de un papel estúpido”.
Se imaginan a Blanquita Álvarez, Misael Devia y Jorge Eliécer Barbosa mandándonos por la trocha –dejando quieto a Édgar Antonio Valderrama- al recordar la quema de pólvora del San Juan con mariachis, el Reinado Internacional con candidatas de pueblos cercanos, el cambio del fallo de un reinado que le dio fama a Jorge Barón y estocada al festival? ¿La autenticidad de la música traqueta y la batucada del Brasil con músicos ibaguereños? Y nos pondrían a averiguar si sabemos lo que significa ser Patrimonio Cultural de la Nación y los compromisos que eso implica, ¿por qué nuestra fiesta no figuró en los listados de festivales importantes del país? ¿Qué pasó con las falsificaciones de la firma de Staruska en las cuentas por unos servicios no prestados y en los cheques de las mismas? ¿Y el cuentico de la iluminación y los pesebres? ¿Por qué el embargo de la sede y el déficit de $800 millones? Dejando la vaina al lado los invito a algo típico: lechona, bizcocho de achira de Chenche Asoliado, y les prometo que no los voy a atragantar con tamales de arroz, lo más típico del Festival que pide y merece autenticidad.
Ñapa.- Como víctima de la violencia, gestor cultural que está convencido que la cultura es necesaria en un proceso de conciliación y como amigo de la paz, estimo que el mejor candidato para la presidencia es Humberto de La Calle.
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