• El CAM de la Pola.- La comunidad de la Pola luchó por acabar el basurero en el cual se había convertido el lote ubicado en (Cra. 3ª. y 4ª, Cll.6ª. y 7a.) y por construir allí una plaza de mercado, construcción que pagaron dos veces por valorización los residentes del sector. Fracasado el proyecto de la plaza, el local que hoy ocupa un supermercado fue convertido en gimnasio y espacio para ensayo de danzas y otras actividades, con la colaboración de los Cuerpos de Paz, espacio administrado por la Junta de Acción Comunal, mientras que en el piso quedó un zapatero, un vendedor de hortalizas y unas oficinas, el resto del espacio fue para el CAI, la Biblioteca Pública Luis Flores, el parque infantil y las canchas de básket y de microfútbol.
De un momento a otro, y contra la voluntad de los tenedores, una administración tomó posesión y arrendó un piso para un supermercado y el otro lo convirtió en oficinas públicas, la cancha de micro la convirtió en parqueadero de oscuro manejo y prohibió la utilización de la cancha de basket en horas de oficina y la oficina de la Junta de Acción Comunal a disposición de los patrones del primer piso.
Ahora, cuando la junta ha adelantado una campaña de ambientación para construir en el lote el gran centro cultural que necesita el sector y la ciudad, saltan con la propuesta, no consultada con la comunidad, de la venta del inmueble para acabar de mandar al carajo el patrimonio arquitectónico del sector.
La comunidad de la Pola se ha caracterizado por su civismo, su sentido de pertenencia y su amor por la cultural, algo fomentado por el buen número de artistas y portadores de cultura que allí residen y un buen número de instituciones educativas que quieren defender sus derechos.
• Los nacucos del Festival Folclórico la hicieron completa y ni siquiera utilizaron la lengua de vaca como se hacía en Santa Chava antes que le construyeran el aeropuerto internacional. Por incapaces perdieron el aporte del Ministerio de Cultura. Siguen enredados con sus cuentas chimbas y les corrieron la banca que creían propia como dueños del Festival, sin haber podido entender el significado del folclor para la vida espiritual de la comunidad y para el turismo cultural y sin saber lo que es el sentido de pertenencia.
Las riendas pasaron a otra empresa que amablemente aceptó los servicios de varios de los nocucos que en gesto de lealtad sacaron el petate de los predios de la reina sin brassier. Pueda ser que las cosas funcionen y el festival trate de recuperar su esencia, su autenticidad y la participación de la comunidad. No sobra recordar que el festival nació en plena violencia como elemento cultural fundamental para la conciliación. Se recurrió a la riqueza espiritual de los tolimenses para que los asistentes al festival disfrutaran nuestra música, las danzas, las comparsas mitológicas, artesanías y viandas tradicionales, especialmente el tamal y la lechona.
Y hablando del tamal, nuestra vianda insignia, se hace es con masa de maíz como lo hacían nuestros aborígenes cuando llegaron los conquistadores. Es conveniente recuperar su autenticidad y no concursos de tragatamales y mostradas en chivas con música traqueta, de esas que desesperan a los habitantes de zonas residenciales. Bueno sería ver los resultados del esfuerzo por infundir a los niños el amor por su cultura, su folclor y su tierra. Aprovechar nuestra música y nuestros artistas, ponerle frenos a los desfiles de cagajón, trago y abusos. Entender que el traje típico no es un disfraz y que a los danzantes les queda mal utilizar blusas en vez de la camisa de fiesta del campesino. Carajaditas que ojalá den la vuelta.
¡Y ojo! Para tener en cuenta. Los pontífices del turismo mundial sostienen que los pueblos que conservan su autenticidad, son los llamados a tomar las banderas del turismo cultural. Pero aquí nos contentamos con hablar paja sostener burocracia tan inútil como las tetillas de los hombres.
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