Los problemas de la izquierda

Somos el único país de América Latina que no ha tenido un solo presidente de izquierda y el único donde la izquierda no ha pasado el umbral de la tercera parte de los votos en elecciones nacionales.

A propósito de la candidatura de Angelino Garzón a la OIT, alguien notó que tenemos la menor tasa de sindicalización y el menor número de huelgas del continente. A propósito de la restitución de tierras a las víctimas, el mismo Presidente lamentó la débil movilización de los campesinos. Y a propósito de la Marcha Patriótica, vimos cómo la opinión la recibió con poca simpatía y mucha suspicacia.  

Es más: somos el único país de América Latina que no ha tenido un solo presidente de izquierda -un socialista o un nacionalista radical- y el único donde la izquierda no ha pasado el umbral de la tercera parte de los votos en elecciones nacionales (el M19 logró 26 por ciento en 1991 y Carlos Gaviria obtuvo 22 por ciento en 2006).      


La explicación obvia de esta debilidad es el conflicto: desde Uribe o Gaitán hasta Pizarro o la UP, en Colombia los líderes de izquierda los han asesinado. Los dirigentes campesinos, los sindicalistas, los voceros de indígenas o afros, los de las víctimas que hoy reclaman sus tierras, suelen ser silenciados con la muerte, la amenaza o el desplazamiento. Esta es la explicación más común -y la queja legítima- desde la izquierda.  


Pero el conflicto tiene otro modo más sutil de debilitar las luchas populares: las FARC se han encargado de que detrás de cada movimiento o protesta social, el Gobierno, los medios y la ciudadanía vean -o se imaginen, o inventen- alguna complicidad con la insurgencia armada. Éste ha sido el sambenito de los partidos de izquierda, desde el viejo Partido Comunista al alicaído PDA. Ésta ha sido la razón para criminalizar tanto las acciones populares: los “estados de excepción” y “estatutos de seguridad” que prohíben marchas, ilegalizan huelgas o ponen la Policía a disolver protestas (un ejemplo reciente: la hidroeléctrica El Quimbo). Y ésta, sobre todo, ha sido la razón para que la gente, incluyendo a los estratos populares, mire con suspicacia a los partidos de izquierda.


Pero la debilidad de la izquierda colombiana va más allá del conflicto, y, en efecto, proviene de raíces muy hondas. Mencionaré cuatro que me parecen importantes:


- La cultura del atajo o el individualismo que diluye las acciones colectivas;

-El clientelismo, la tradición católica y la familia patriarcal, que reemplazan la solidaridad horizontal o la “conciencia de clase” por la lealtad vertical hacia el jefe;

-La colonización constante de nuevas tierras, que aleja a muchos de los disconformes y disminuye la presión popular en las ciudades  (donde se decide la política), y
  

- Un Estado débil y bastante pobre (piense usted en Venezuela, Ecuador, Perú, Panamá, Argentina, México…). En un Estado pobre la política importa muy poco, y los sectores populares tienen menos que ganar de ella.  

    Por todo eso, a diferencia del resto de América Latina (o aún del mundo entero), en Colombia la política no se debate entre la izquierda y la derecha, sino entre la derecha y la extrema derecha.

Credito
HERNANDO GÓMEZ BUENDÍA

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