“Volveos, a mis espaldas no hay nada”. Aquí nada es sinónimo de lo mismo, y de lo mismo que antes, que a la larga es la misma cosa.
Los gabinetes tanto de la Alcaldía de Ibagué como de la Gobernación del Tolima -lo mismo que antes- son esencialmente electorales y expresan de manera clara la voluntad de los electores triunfantes: votaron por esa opción y los elegidos empezaron cumpliendo.
De entrada, sin ser en extremo pesimistas, podemos predecir que ganaron dos o tres organizaciones electorales, pero perdió el Tolima en su visión integral de desarrollo regional. Más de lo mismo. Ojalá nos equivoquemos en este pronóstico sombrío.
Sin embargo, la experiencia (como llama que enseña devorando) y la historia regional (ahí cercana y viva) nos dan argumentos para sustentar la viabilidad de la sombría alternativa.
Primero que todo, porque persiste el estilo de gobierno que jodió al Tolima, es decir, -en este caso- la lealtad real de los funcionarios más que con el Gobernador o el Alcalde, con el jefe electoral que lo postuló y logró incluirlo en la nómina directiva.
Y el compromiso, del recién designado, lo mismo que antes, es uno solo: aumentar el potencial electoral de su jefe.
Con ese estilo de gobierno es imposible estructurar planes de desarrollo a largo plazo. El horizonte se contrae a lo meramente electoral, en este caso, al próximo debate en el cual se comprobará con votos contantes y sonantes la gestión del sumiso y obediente pupilo elevado por orden expresa de su jefe a altos cargos burocráticos.
Y, peor aun, el funcionario tendrá que fajarse y bien a fondo en ese innoble propósito, lo que implica orientar los recursos, no a los sectores estratégicos de desarrollo, sino a los potencialmente significativos electoralmente. O sea, el mismo despelote total en planeación estratégica.
A partir de esa endeble estructura de planificación, nace, crece y se reproduce el espíritu de división regional, que impide la unidad alrededor de grandes propósitos de beneficio general para la región.
Arranca por la división interna en aspiraciones electorales, luego profundiza las distancias políticas, más tarde separa con grandes abismos la comunicación orgánica entre lo público y lo privado, y termina en espiral ascendiente aislando la región de los programas ciertos y reales, con presupuesto definido en proyectos generadores de empleo y crecimiento económico.
El Tolima, como en el poema, vuelve a quedar solo como la campanada de la una, convertido en una próspera finca electoral, con dos o tres gamonales en ejercicio pleno y saludable de sus mediocres aspiraciones personales, confundidas perversamente con supuestas e inexistentes metas de desarrollo regional. Lo mismo que antes.
Quienes ingenuamente busquen encontrar cambios de estilo de gobierno en las administraciones departamental y municipal, encontrarán vigentes en las puertas de las respectivas sedes gubernamentales, el letrero que hace siglos leyeron viajeros ya muertos en el pedestal de una estatua antigua:
Credito
CAMILO A. GONZÁLEZ PACHECO
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