Obvio, con todas las modalidades, características, particularidades y detalles de mala leche propias de un mal perdedor, o mejor, de un colino.
Bajo esa sombrilla gramatical de clara estirpe tolimense, podemos apreciar desde nuestra región, los acontecimientos derivados del fallo de la Corte Internacional, favorable en unos temas para Colombia y desfavorable en otros asuntos para intereses patrios.
En primer, lugar vale la pena destacar, que desconocer los fallos de organismos judiciales competentes, constituye un grave atentado a la premisa democrática de acudir a un tercero para dirimir pacíficamente los conflictos. Y, más grave aún, que sea un gobierno legítimamente constituido, el que levante y agite agresivamente dichas banderas.
Diríamos que son principios inalterables de convivencia pacífica y democrática, no sujetos a los vaivenes coyunturales, que debido a su esencia, unas veces pueden ser favorables y otras no.
Al igual, que en los procesos electorales: conocidos los resultados el perdedor reconoce la calidad de ganador de su adversario, y punto.
En estos eventos, tanto jurídicos como democráticos, no se conoce de antemano el resultado. Ahí está el detalle interesante: de entrada nadie tiene asegurada la victoria o la derrota. Por eso se acude a una instancia imparcial.
Sin embargo, frente al desfavorable fallo de la Corte Internacional, que nos duele a todos los colombianos sin distingos de ninguna clase, y que debemos acatar agotando las instancias jurídicas consagradas en el derecho internacional, se mueve una corriente de pensamiento y de acción –con tenues pero claros tintes de derecha - orientada a cuestionar el juez y el fallo, y más grave aún, a desconocerlo, rechazarlo y buscar salidas políticas para convertirlo en inaplicable. Grave cosa.
Lo lógico en términos de diplomacia y derecho, sería empezar a lograr acuerdos y convenios de todo tipo y a largo plazo, a favor de nuestros derechos e intereses nacionales. Lo demás, fuera del solapado mensaje belicista, constituyen ridículas patadas de ahogado: denunciar el tratado de 1948 que vincula al país con La Haya, o los absurdos consejos de algunos partidos dirigidos al Presidente Santos de no acatar el fallo, o la boba tesis de varios senadores de “desacatar” expresamente el fallo, constituyen evidentes actos de colinería política y diplomática muy propias de la extrema derecha en Colombia.
Y, bastante peligrosas para mantener un sano clima de paz y convivencia con nuestros más cercanos vecinos.
Colinería y colino, constituyen frases muy propias del lenguaje juvenil tolimense –de varias generaciones- que son desconocidas en la geografía nacional, y que palabras más, palabras menos, significa ser mal perdedor.
Credito
Camilo A. González Pacheco
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