Detrás de un nombre

Camilo González Pacheco

Las Farc desaparecieron como estructura militar a partir de la culminación exitosa del proceso de paz adelantado entre el Gobierno y dicha organización en La Habana. Sin embargo, la misma abreviatura Farc subsiste, con toda la carga negativa que ella significa para la mayoría del imaginario colectivo.

Equivocada o malintencionadamente se habla de “disidencias” de las Farc, respecto a eventos condenables de violencia que se presentan en gran parte del territorio nacional, cuando en verdad se trata de acciones criminales cometidas por aislados grupos de organizaciones delictivas que superviven entre otros factores, por la ausencia total del Estado en dichas regiones.

Esta confusión se origina no sólo a partir de informaciones, la gran mayoría tendenciosas y solapadas de ciertos medios interesados en sabotear el proceso de paz, sino también por el craso error de sus antiguos militantes de conservar su mismo nombre general: Farc. 

La sigla mata los cambios políticos y estratégicos recientes: Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, y por ello, no altera la memoria histórica de lo que fue tal organización bajo cuya sombra se causó tanto dolor, violencia, luto y muerte en el reciente pasado.

Hoy el partido político Farc, cumple el compromiso de paz adquirido en los Acuerdos. Y lo hace bien, echando lengua en el Congreso y escenarios académicos nacionales e internacionales, y no bala en el cañón de Las Hermosas. Sin embargo, el peso nocivo de su nombre, es utilizado por la derecha gobernante para atravesarse a toda hora a los planteamientos de paz y convivencia ciudadana, armónicos con el momento histórico que vivimos.

Parecería ilógico afirmarlo, pero el partido político Farc no es la Farc. En otras palabras, las Farc alzadas en armas ya no existen. Y si algunos de sus antiguos miembros, en osada decisión, resucitan para ellos la sigla con armas, sería otro cuento, perjudicial claro que sí, para valiosos compatriotas que con honestidad y responsabilidad han acogido la vía de los votos en democracia participativa, para incidir en la vida política nacional.

De ahí, la importancia que  el Presidente Duque defienda el proceso de paz y trabaje decididamente en su implementación acorde a lo prometió en la Asamblea General de la ONU, como lo reclama y apoya la comunidad internacional. 

Y sobre todo, que garantice el ejercicio pleno de los derechos fundamentales y la vida de los líderes y militantes del partido político Farc, en su meritorio trasegar democrático, amenazado desde la sombra por una tenebrosa derecha militarista vengativa que reclama en silencio y a veces vociferante, castigo y cárcel para los antiguos combatientes. 

La Paz, es también perdón. No debemos olvidarlo. 

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